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La familia en la misión de Dios Por Dorothy Flory de Quijada

La palabra «misión», en general, viene de la palabra latina missio y significa la «acción de enviar, poder que se da a un enviado para que haga alguna cosa».1 A veces implica desplazamiento geográfico para cumplir con una tarea, pero no necesariamente. El término no sólo se usa en el mundo religioso sino en otras esferas de la vida.

Nótese que hablamos de la misión de Dios o missio Dei para referirnos en forma amplia a todo lo que Dios hace para la comunicación de la salvación y, en forma más específica, a todo lo que la Iglesia ha sido enviada a ser y hacer. La expresión missio Dei, generalmente usada en su forma latina, apareció en la década de los cincuenta, en círculos anglicanos y protestantes del Concilio Misionero Internacional, cuando se discutían las bases teológicas para la actividad misionera. Describe una acción trinitaria: el Padre enviando al Hijo, y el Padre con el Hijo enviando al Espíritu Santo para la redención de la humanidad. La expresión ha sido adoptada y utilizada también por círculos católico-romanos y ortodoxos, ya que la idea había estado presente desde los padres de la Iglesia.2

La palabra «misión», como tal, no aparece en la Biblia, pero ciertamente la idea sí se encuentra. Dios mismo es el autor de la «misión». Dios el Padre envió a su Hijo Jesucristo a este mundo. Cristo es el enviado y, a su vez, él envió a sus discípulos.3 El escritor inglés John Stott escribe: «La misión primaria corresponde a Dios, por cuanto fue él quien mandó a los profetas, a su Hijo, a su Espíritu. De todas estas misiones la del Hijo resulta central».4 El misionólogo sudafricano David J. Bosch afirma: «La misión tiene su origen en el corazón de Dios Padre. Él es la fuente del amor que envía. Ésta es la fuente más profunda de la misión. No es posible penetrar más profundo: hay misión porque Dios ama a la humanidad».5

La misión de la Iglesia no es otra que llevar a cabo la misión de Dios. Sin embargo, el centro de gravedad hacia el cual deben dirigirse los esfuerzos misioneros no es la Iglesia, sino la autorrevelación del Dios Trino y su glorificación. La missio Dei se revela, sí, en la misión de la Iglesia, aunque no solamente en ella, ni sólo a través de ella.6

Respecto al contenido de la «misión de la Iglesia» hay una gran gama de opiniones. En un extremo, una postura evangélica estrecha sostiene que la misión de la Iglesia es sinónimo de evangelización y consiste exclusivamente en ganar almas para la eternidad. En el otro, están los que la definen como la renovación de la sociedad, la humanización o la reconciliación de todas las cosas.7

Nuestra posición al respecto es que la «misión» de la Iglesia abarca, entre otras cosas, la tarea evangelizadora. Ya que la misión es la tarea total que Dios ha mandado a la Iglesia para que realice en el mundo, en su trabajo misionero ella sale de sí misma para cruzar toda clase de fronteras: geográficas, sociales, políticas, étnicas, culturales, religiosas e ideológicas. En todas esas áreas la iglesia-en-misión lleva el mensaje de la salvación de Dios. En definitiva, «misión» significa estar involucrado en la redención del universo y en la glorificación de Dios.8

La misión de la Iglesia, entonces, no es otra que la de trabajar con Dios el Padre y con Jesucristo, su Señor, que la ha enviado al mundo para cumplir con su proyecto de redención total. La evangelización podría definirse como aquella actividad de la misión de la Iglesia que procura ofrecer a cada persona, en todo lugar, una oportunidad válida de ser desafiada por el evangelio explícito y el llamado a la fe en Jesucristo, con la perspectiva de aceptarlo como su Salvador y Señor, llegar a ser un miembro de su iglesia y participar en la búsqueda de la reconciliación, la paz y la justicia sobre la tierra.

El misionólogo evangélico puertorriqueño Orlando Costas, en esa misma línea, describe las facetas de la misión de la iglesia como: proclamación, discipulado, movilización, crecimiento integral, liberación y celebración.9 Otro latinoamericano, el pastor Rolando Gutiérrez-Cortés incluye, en su definición de la misión de la Iglesia la adoración, la cual considera como la acción misionera número uno, mediante la cual el mundo recibe el testimonio más profundo de dos o tres que están congregados en el nombre del Señor.10 Para él, «no existe iglesia sin misión. Ni misión sin evangelización. Ni evangelización sin enseñanza. Ni enseñanza sin adoración».11

La «misión» nacida en el corazón de Dios cobra vigencia y urgencia en un ambiente de íntima adoración y comunión con él, y se desarrolla en medio de la alabanza y la adoración, donde se escucha la Palabra de Dios y se recibe la iluminación del Espíritu Santo que guía a toda verdad. El mismo Espíritu da el poder y la dirección para que la Iglesia sea agente activa del Reino de Dios, y esto incluye la «iglesia en miniatura», la familia.

«Misión» es, entonces, reflejar el amor de Dios con hechos concretos en un mundo de dolor, violencia y muerte. Es vivir en paz con Dios y con el prójimo, y procurarla en el mundo. Es actuar con equidad en este mundo y luchar por la justicia. Es relacionarse en comunión estrecha, ayuda mutua y testimonio público con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y con la comunidad humana. Es ser signo y agente del Reino de Dios, como primicia de la nueva humanidad que Dios está formando en Cristo.

Abraham y su familia

La historia de la familia de la fe comienza con la historia de Abraham. Abraham y su familia no salieron de Ur de los Caldeos en busca de agua y de pasto para sus animales, sino en obediencia al llamado de Dios. Quien obedeció no fue sólo el patriarca, el jefe del clan, sino toda la familia junto con él, incluyendo a un sobrino (Gn. 12:4–5), siervos y otras personas (Gn. 14:14).

Abraham recibió la promesa de que en él «serían benditas todas las familias de la tierra» (Gn. 12:1–3). En la genealogía de Mateo 1, Jesucristo es llamado «hijo de Abraham» (Mt. 1:1). El teólogo holandés Johannes Blauw dice que el llamado de Abraham marcó el principio del proceso de restauración de la humanidad a la comunión con Dios.12 La historia de los descendientes de Abraham es básicamente la continuación del relato del trato de Dios con todas las naciones, es decir, con todos los hombres y todas las familias.

Dios manifestó su gracia en esta familia y la usó, con todas sus fallas y debilidades, como el medio por el cual la salvación llegaría a la raza humana. Su gracia puede verse en su dirección, dada a los patriarcas, en su provisión para ellos y la forma en que los preservó, y en su paciencia con ellos y la forma en que los perdonó. Su gracia puede verse en las crisis y los acontecimientos de cada día. Puede verse, y no menos, en los matrimonios, porque es por medio del matrimonio y de la familia que la salvación llegará al fin, en la persona del Salvador, que es su descendiente.13

En el Nuevo Testamento surge un debate acerca de quiénes son los verdaderos descendientes de Abraham. Jesús, Juan el Bautista y Pablo declaran que todos los que demuestran tener una fe como la de Abraham son de su familia (Lc. 3:8; Jn. 8:31ss. y Gá. 3:6–7). La bendición de Dios sobre Abraham y sus descendientes no fue sólo un precioso regalo, sino un llamado a entrar en un pacto con Dios y una comisión para participar en la misión de Dios.

Hay muchos otros ejemplos en el Antiguo Testamento de personas y sus familias salvadas y usadas por Dios. Personas y familias que no eran israelitas se encuentran, sin embargo, en la lista de héroes de fe en Hebreos 11, como Rahab y su familia que se salvaron por ayudar a los espías enviados por Josué (Jos. 2). Su fe es celebrada en el Salmo 87:4.

Israel y la misión de Dios

Dios eligió a los hijos de Israel para hacer un pacto con ellos, a fin de que sean testimonio «de palpitante actualidad» entre las naciones, es decir, para revelar su grandeza y su señorío en la tierra y atraer a todos los pueblos a él. Israel no era el pueblo más grande ni el mejor del mundo, pero Dios, en su inescrutable misericordia, lo escogió porque lo amó (Dt. 7:6–8a). «Al escoger a Israel como un sector de la humanidad, Dios nunca quitó su mirada de las otras naciones, Israel fue… una minoría llamada a servir a la mayoría».14

Aquí podemos mencionar lo que Blauw llama la misión centrípeta y la misión centrífuga.15 En su opinión, Israel no estaba llamado a salir a proclamar el mensaje de Dios a las naciones, sino a atraer a las otras gentes para que conocieran a Dios, quien manifestó su poder en lo que hizo en Israel y por Israel.

Hay muchos pasajes en varias partes del Antiguo Testamento que señalan la visión de la misión universal de Dios, y de Israel como su instrumento. Verkuyl escribe que Dios escogió a Israel para revelar sus «intenciones universales».16 Israel no cumplió con su misión de «hablar a las otras naciones». Por el contrario, se desvió por su soberbia. Entonces Dios levantó a un Amós, a un Jeremías o a un Ezequiel para anunciar su juicio. Blauw, sobre Éxodo 19:6, comenta:

Esto no significa que Israel será un pueblo compuesto enteramente por sacerdotes, sino que Israel cumplirá un papel sacerdotal como pueblo en medio de los pueblos, representando a Dios entre el resto de las naciones. Que Israel sea «santo»… no alude a su calidad ética sino a la relación que tiene con Dios, está consagrado (es decir, separado) para un servicio especial.17

Los salmos también contienen muchas referencias a la universalidad de la misión de Dios en el mundo (Sal. 33:8; 67:7; 87:4–6; 96:9–13; 148:11–14).

James Hurley afirma que cada israelita tuvo que cumplir una parte de la misión de Dios.18 Cada persona, en su vida diaria tuvo la responsabilidad de contribuir a la misión mostrando los frutos de la santidad y el poder de Dios a los pueblos vecinos. Por eso hubo instrucciones para asegurar un trato justo a los débiles e indefensos: el huérfano, la viuda y el extranjero.

La posición de esposo y padre era un puesto de responsabilidad y autoridad que estuvo abierto a mucho abuso. Las leyes de Israel proveyeron para la protección de la esposa y los hijos, del abuso egoísta por parte de maridos y padres.19

También es interesante observar que hay un libro entero en el Antiguo Testamento que muestra la preocupación universal de Dios: Jonás. El pueblo de Nínive, al confrontarse con el juicio del Dios verdadero, se arrepintió de su maldad. Un pueblo pagano recibió la gracia de Dios.

Ahora bien, ¿qué papel desempeñó cada familia israelita en el cumplimiento de la misión de Dios? Examinemos lo que nos relata el Antiguo Testamento.

Generación a generación

El culto, la adoración y el servicio a Jehová fueron el centro de la vida en Israel. En las asambleas de encuentro entre Dios y su pueblo participaban personas de diversas generaciones, desde los ancianos hasta los niños (Dt. 29:10–15). Se esperaba que todos escucharan, aprendieran y obedecieran (Dt. 31:12–13).

Los hogares eran centros de adoración, consagración y enseñanza para la fe en Dios.20 El padre de familia cumplía la función sacerdotal en cada hogar. La Pascua, la fiesta más importante de Israel, era y es todavía celebrada en familia.

En Israel hubo toda una cadena de «maestros», consagrados a que cada generación conociera la voluntad de Dios y la obedeciera. Jehová fue el primer «maestro» de su pueblo. Dios condujo a su «familia» con el cuidado de un buen padre (Dt. 1:31), la instruyó (Dt. 32:10–11) con cariño y disciplina, y puso líderes (como Moisés, Josué y David) para guiarla. Parte importante de esta cadena de «maestros» que debía instruir a cada generación fueron los padres y abuelos de cada familia (Dt. 6:1–9). Cuando los hijos preguntaban sobre los mandamientos y testimonios de Jehová, el padre estaba instruido para contestar con palabras y con su ejemplo.

Aspecto fundamental de la misión de Dios para Israel fue compartir y vivir los mandamientos de Dios, generación a generación, en el seno de la familia. Diariamente, en todas las circunstancias de la vida, en todo lugar, en todo tiempo, los padres debían amar y obedecer a Dios y amar al prójimo; y debían enseñar a sus hijos a hacerlo mismo (Dt. 6:1–9).

Deuteronomio 6:1–9 contiene la famosa oración o declaración de fe israelita, la shem judía: «Oye Israel» (Dt. 6:4–5). Las palabras de la shem eran las primeras que los niños judíos aprendían.21

Jesús las citó (Mr. 12:28–34) como el resumen de la Ley y la base para la moral cristiana. El libro de Deuteronomio es uno de los más citados en el Nuevo Testamento, y en él «aparecen concentrados los elementos básicos de la teología del Antiguo Testamento… El Deuteronomio no halla otro lugar más importante para depositar el meollo de la fe bíblica que el hogar».22 Estas palabras, dirigidas a padres y madres, subrayan que la vida y la conversación familiar son los vehículos más importantes para trasmitir la fe. Allí se pasa la verdad de generación a generación y se amonesta a la gente acerca de su responsabilidad para con la siguiente generación.23 El lugar más adecuado para pasar la «bandera de la verdad», de generación a generación, como en una carrera de postas, es el seno de la familia.

Otro pasaje que enfoca la responsabilidad de los padres de enseñar a sus hijos las verdades de Dios es el Salmo 78. Los israelitas debían enseñar a sus hijos a tener fe en Dios. Recordemos que no sólo los individuos, sino también las familias y las tribus fueron advertidas del castigo que recibirían si seguían a dioses falsos (Dt. 4:15–31).

Pero, desobedecieron a Jehová. ¡Léase la historia que narra el Salmo 78! Los padres mismos enseñaron a sus hijos a seguir a otros dioses (Sal. 78:57–58; Jer. 9:13–14). Y, si bien los padres fueron castigados por no corregir a sus hijos (recuérdese a Elí: 1 S. 3:11–14), el castigo del pecado de «aborrecer» a Jehová se extendió hasta los nietos y los bisnietos (Dt. 5:9). Por familias pecaron y por familias fueron castigados (Dt. 11:6). Fe Coolidge señala una verdad pertinente cuando observa: «Ninguna nación es mejor que la vida hogareña de su pueblo».24

Las familias israelitas se olvidaron de adorar al único Dios, Jehová, y se olvidaron además de cumplir sus leyes e instrucciones, que eran pautas para vivir en comunidad. No se preocuparon por las viudas, los huérfanos, los extranjeros, ni los pobres. Descuidaron sus conversaciones en la casa y en la calle, acerca de Dios. Negociaron con pesas falsas. Trataron mal a sus prójimos. En suma, descuidaron todo aquello con que iban a señalar hacia el verdadero Dios.

No obstante la situación adversa, un grupo de israelitas siguió los caminos de Dios. De ese núcleo, muchas veces Dios levantó a un líder o profeta para llamar al pueblo al arrepentimiento (Heb. 1:1).

Familia y misión en el Nuevo Testamento

La misión de Jesucristo nace de la comunión y la comunicación entre el Padre y su Hijo, caracterizada por el amor (Jn. 3:35). «El amor, pues, es la expresión más profunda de la relación entre Aquel que se revela a sí mismo y su instrumento».25 Sabemos que el Hijo hace visible a Dios el Padre (Jn 1:18; Col. 1:15). Por eso mismo, el único camino al Padre es el Hijo (Jn 14:6).

Jesús retoma la idea de Dios como esposo de Israel y compara su propia misión con una boda (Mr. 2:18ss). Bromiley nos recuerda la cena nupcial del Cordero, Jesucristo (Ap. 19:9–21; Lc. 22:30), con estas palabras:

Si el matrimonio terrenal no dura hasta la eternidad, el matrimonio de Dios y su pueblo sí perdura… Lo retrata como el matrimonio de Cristo y la Iglesia. Aquí está la relación perfecta —la relación con Cristo y en Cristo— que reemplaza a la más alta de las relaciones terrenales trascendental y eternamente.26

A través de su enseñanza y práctica, Jesús amplió el significado de la palabra «familia». Según él, aunque una persona debe amar a su familia, este amor no debe tomar el lugar de su amor para Dios (Lc. 14:26). Aunque Jesús valoró a la familia humana, enseñó que hay una gran familia cuyos vínculos son más profundos. Los miembros de la familia de Jesucristo son los que hacen lo que Dios desea (Mr. 3:31–35). El amor caracteriza a esta «familia extendida» (Jn. 13:34–35). El encargo de cumplir la misión de Dios va en cadena: del Padre al Hijo Jesucristo, y de éste a la Iglesia, esa gran familia.

El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el papel de la familia en la expansión de la naciente Iglesia de Jesucristo. En sus inicios, la Iglesia se reunía no sólo en el templo, sino también en los hogares (Hch. 2:46–47; 5:42).

La comunidad casera, oikonomia, era la unidad básica de la sociedad griega de aquellos tiempos.27 Generalmente una familia expresaba su unidad adoptando la misma religión. Cuando la cabeza del hogar se convertía al evangelio, toda la familia seguía su ejemplo. Ilustración de ello es la conversión de Cornelio con todos sus parientes, siervos y amigos. Fue un grupo grande el que fue bautizado con él en la nueva fe (Hch. 10:24, 27, 28, 47 y 48). Rogelio Greenway dice al respecto:

Los contactos y la amistad personal distinguían el nacimiento de una nueva iglesia, pero era a través de la «casa» griega que la nueva fe hacía su rápida expansión en el mundo de Pablo. La oikos u oikia del mundo griego era la unidad básica de la sociedad, y era adecuada para la extensión de la iglesia. En el griego no hay equivalente exacto para la palabra «familia». La oikos o casa era una especie de gran familia que mantenía juntos a muchos de sus miembros. No sólo se componía de miembros (en el sentido actual) sino también de los empleados, esclavos, inquilinos y otros dependientes.28

El libro de los Hechos menciona a otros hombres y mujeres que fueron instrumentos por medio de los cuales familias enteras entraron al «Camino». La Iglesia en Filipos se inició con la conversión de Lidia, el carcelero y sus respectivas familias (Hch. 16:15, 31–33). La primera familia corintia que se bautizó fue la de Estéfanas, una familia «dedicada al servicio de los santos» (1 Co. 1:16 y 16:15). ¡Qué lindo ejemplo de conversión familiar es el de Crispo, dirigente de la sinagoga de Corinto (Hch. 18:8). Judge escribe: «No sólo la conversión de la comunidad casera fue lo natural o la necesaria manera de establecer la nueva fe en el ambiente extraño, sino que el hogar se convirtió en la base más sólida de las reuniones de los cristianos».29

En los saludos de Pablo para la Iglesia, en Romanos 16:5, 14 y 15, aparecen mencionadas tres comunidades caseras. Hay otros dos saludos que parecen dirigirse a miembros de otras casas (Ro. 16:10–11). ¿Qué se hacía en esas reuniones en hogares? Se enseñaba y predicaba (Hch. 5:42). Se partía el pan (referencia a la celebración de la Santa Cena, y a la comunión entre hermanos), se comía juntos en un ambiente familiar alegre (Hch. 2:46–47) y se oraba (Hch. 12:12). Greenway sostiene que:

El primer golpe contra las barreras paganas, raciales y sociales fue asestado en la mesa de la cena del Señor donde se sentaban juntos señor y esclavos, hombres y mujeres, judíos y gentiles. Las primeras y fundamentales lecciones referidas a la iglesia como «familia de Dios» (Gá. 6:1; Ef. 2:19) fueron enseñadas en el nacimiento mismo de la misión paulina a las ciudades, cuando la fe era establecida en las «familias grandes» de la casa griega.30

El estilo de vida de este microcosmos de la Iglesia, la familia, es diferente, si no lo opuesto, al mundo que lo rodea.

También sabemos que Saulo, cuando perseguía a la iglesia, iba «casa por casa» para arrestar «a hombres y mujeres» y llevarlos a la cárcel (Hch. 8:3). Así vemos que no sólo los creyentes como individuos, sino también la familia y el hogar, desempeñaron un papel importante en la evangelización y el discipulado en la Iglesia novotestamentaria. No sólo hombres ni sólo mujeres, se ocuparon de propagar la fe cristiana. La Iglesia, incluyendo a la «iglesia doméstica», no fue sólo señal del Reino, por su presencia, sino agente activo de su expansión.

Con el establecimiento de la Iglesia de Jesucristo, los temas de «familia» e «iglesia» están entretejidos en las epístolas. Por ejemplo, en Efesios 5:21 al 6:9, al hablar de las relaciones familiares, se menciona a la Iglesia y su relación con Cristo. Bajo el título «familia», la Enciclopedia Zondervan dice:

El concepto de familia aparentemente estaba tan extendido que los apóstoles lo usaron en su predicación para describir, no sólo a Israel… sino también a la Iglesia de Cristo… El hecho que las primeras iglesias se reunieron en hogares privados… y que generalmente los primeros convertidos fueron grupos familiares dio un peculiar carácter de familia a la imagen del cristianismo (Hch. 16:31, et al.)… De todos los conceptos cristianos, aquellos que tenía que ver con la familia… parecen haber tenido más aceptación. Hasta al amor de Cristo por la Iglesia se lo expresa como el de un esposo por su esposa. La imagen de un novio y su novia aparece en la visión apocalíptica final de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2; 22:17).31

Pablo menciona frecuentemente la familia en sus escritos y usa términos de cariño para expresar sus propias relaciones con la familia del Cuerpo de Cristo (2 Co. 1:8; Gá. 1:2; 1 Ti. 1:2; etc.), incluyendo la imagen de una madre nutriendo y cuidando a sus hijos (1 Ts. 2:7).

En cuanto a la tarea de los cristianos, Pablo los desafía a hacer «bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gá. 6:10). En Efesios 2:19 se refiere a la Iglesia como «la familia de Dios». En Efesios 3:14 y 15, con reverencia frente al padre Dios, reconoce que de él «toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra».

Hablando del liderazgo de la Iglesia, Pablo dice que la persona que no sabe administrar su propia familia no puede ni debe cuidar de la Iglesia de Dios (1 Ti. 3:5). A los que tratan de esquivar la responsabilidad de su propio hogar amonesta: «Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Ti. 5:8).

Por cierto, el hogar es el lugar más natural (por las relaciones permanentes), pero también el más difícil (por la intimidad y el conocimiento mutuo), para dar testimonio del Reino de Dios. Sin embargo, el cambio que Cristo trae a la vida individual puede cambiar el ambiente del hogar y hacer que una familia sea luz en medio de las tinieblas. Opina el misionero William Goff:

Insisto que el cambio amoroso que Cristo hace en el corazón humano puede penetrar en aquel cristiano y contagiar a aquellos con quienes tiene que ver constantemente, aun si aquellos son su propia familia. Cristo produce en el hombre lo que C. S. Lewis llamaba «la buena infección», que afecta a todos los que tengan contacto con el «infectado».32

Por supuesto, las relaciones de la familia que Dios está formando están todavía en proceso de perfeccionamiento (Fil. 1:6). ¡Dios no ha terminado aún! La familia cristiana es el «laboratorio» donde Dios está formando al hombre nuevo. En el vaivén diario, viviendo, aprendiendo juntos, en familia, con la ayuda de Dios, viene la madurez en Cristo… y es un proceso (Ef. 4:13).

El Apóstol Pablo retoma el tema veterotestamentario de la responsabilidad de los padres para con sus hijos (Ef. 6:4). ¡Y, atención, que también las madres y abuelas participaban en esta tarea (1 Ti. 1:5)! Edesio Sánchez Cetina dice que el hogar es

el lugar más lógico para la formación de la vida cristiana. Allí, las relaciones intergeneracionales son más espontáneas y significativas; los momentos pedagógicos más variados y ricos… En el hogar, inclusive la doctrina más académica y esotérica tiene la oportunidad de convertirse en desafío y estilo de vida.33

Los miembros de una familia, como pequeña Iglesia, aprenden a hacer la obra y la voluntad de Dios juntos, por medio del poder del Espíritu Santo. Su aprendizaje incluye preocupación por los olvidados, los necesitados: las viudas, los huérfanos y los pobres, tal como le fue mandado hacer a Israel hace siglos (1 Ti. 5:3; Ef. 4:28; Ro. 12:13; 1 Co. 16:1–4; 2 Co. 8:1–7, 14; 9:6–15; etc.). Parte de la misión de la familia cristiana como Iglesia en miniatura es proveer hogar para los que carecen de él. La hospitalidad es uno de los atributos de un buen cristiano (Ro. 12:13), y creemos que incluye ayudar a la madre abandonada, al hombre preso, al niño desamparado (Mt. 25:35 y 36).

En Romanos 16 hay indicación de que las familias cristianas desempeñaron un papel en la expansión del evangelio y en el ministerio de Pablo. Entre los saludos que él manda incluye a Priscila y Aquila, un matrimonio entregado al ministerio y compañeros en misión, que juntos dirigían una iglesia casera (Ro. 16:4–5), y Andrónico y Junias, llamados «parientes» y «compañeros de prisiones» (16:7). Hay saludos para «la casa de Aristóbulo» (16:10), Hermas, Patrobas y Hermes y «los hermanos que están con ellos» (16:14), y Filólogo, Julia y Nereo y su hermana (16:15).

Los otros apóstoles, al igual que Pablo, incluyeron en sus epístolas, enseñanzas sobre la familia. Tenemos, por ejemplo, las instrucciones de Pedro sobre qué hacer cuando el esposo no es creyente (1 P. 3:1–6). Suya también es la expresión «coherederas de la gracia» (1 P. 3:7), que usa para explicar la elevación de la mujer a una posición igualitaria, en Cristo, retando a los esposos a honrarlas y vivir «sabiamente» con ellas.

En 1 Juan hay muchas expresiones de cariño familiar: «hijitos», «amados», «hermanos». El destinatario de 2 Juan es una «señora elegida y sus hijos» (1:1). De esto hay varias interpretaciones: a) que se escribió para una mujer y sus hijos; b) que fue dirigida a una iglesia específica, dado que menciona «los hijos de tu hermana, la elegida». Añadimos una tercera opción: c) que su destino era una señora específica, y sus hijos, en cuyo hogar se reunía una iglesia casera.

La familia y la misión de Dios hoy

La Iglesia Católica últimamente ha presentado valiosas publicaciones en esta área, aunque la reflexión teológica sobre la familia parece ser un asunto relativamente nuevo. En el pasado se hicieron profundos estudios sobre el matrimonio, pero la familia como tal no recibió la debida atención hasta ahora.34

La frase clave que resume el concepto católico de la familia y su papel en la misión de Dios es «iglesia doméstica». Esta expresión tiene su origen en el «esquema Lumen gentium, enviado a los padres conciliares en mayo de 1963».35 Más tarde fue aprobado en el «aula concilia».

Ya algunos teólogos tempranos hicieron mención de la familia en la misión. Por ejemplo, San Agustín invitó a los padres de familia a ejercer el ministerio de obispos en sus hogares.36 Juan Crisóstomo desafió a los cristianos a hacer de su casa una iglesia. Ésta es una idea que venía de la iglesia primitiva pero parece que pasó inadvertida por siglos.37

¿Qué es la «iglesia doméstica»? José Román Flecha la define en esta manera: «La esencia de la familia cristiana, como iglesia doméstica, parece exigir su misión como iglesia misionera y evangelizadora, como iglesia orante y celebrante, como iglesia servidora y liberadora. ‘La familia y el hombre no son fines en sí mismos’».38

La Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano llevada a cabo en Puebla, México, en 1979, expresa también su preocupación por la familia en las siguientes palabras:

Pasados 10 años [de Medellín], la Iglesia en América Latina se siente feliz por todo lo que ha podido realizar en favor de la familia. Pero reconoce con humildad cuánto le falta por hacer, mientras que percibe que la Pastoral Familiar, lejos de haber perdido su carácter prioritario, aparece hoy todavía más urgente, como elemento muy importante de la Evangelización.39

Existe además un documento oficial del Vaticano que es clave para entender el punto de vista católico actual. Es la exhortación apostólica Familiaris consortio de su santidad Juan Pablo II al episcopado, al clero y a los fieles de toda la Iglesia sobre la familia cristiana en el mundo actual.40 Allí se observa:

En efecto, la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana, mediante una progresiva educación y catequesis… Queridos por Dios con la misma creación, matrimonio y familia están internamente ordenados a realizarse en Cristo y tienen necesidad de su gracia para ser curados de las heridas del pecado y ser devueltos «a su principio», es decir, al conocimiento pleno y a la realización integral del designio de Dios.41

El Papa demuestra comprensión ante el contexto difícil en que muchas familias del Tercer Mundo viven. Reconoce que muchas veces faltan los «medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas… las libertades más elementales».42 Se da cuenta de que la familia es objeto de «fuerzas» que están tratando de «destruirla o deformarla».43 Reconoce que la buena marcha de la sociedad y de la iglesia misma depende «rotundamente» de la salud de la familia. Dice que las familias cristianas «están llamadas a acoger y vivir el proyecto de Dios».44

La familia es vista como la «cuna» de la iglesia por ser el lugar donde cada nueva generación se inserta en la Iglesia. Dice: «Por eso la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo por la Iglesia su esposa».45 Familiaris consortio señala además la necesidad de «recuperar… la primacía de los valores morales».

Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad más rica», en lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos.46

Guillermo Cook ha escrito un extenso libro basado en su investigación de las comunidades eclesiales de base (CEBs) y las implicaciones de este movimiento, para católicos y evangélicos.47 Cook escribe que entre las iglesias caseras y las CEBs hay algo en común con la Iglesia de Jerusalén donde la doctrina, la liturgia, la oración, la comida y las posesiones se compartían. Allí menciona que Marins llama a las iglesias del Nuevo Testamento «comunidades domésticas de base», las cuales son las principales responsables de la rápida expansión de la Iglesia por todo el Imperio Romano.

En el mundo protestante latinoamericano hay muy poca reflexión y producción literaria sobre la familia en relación con la misión de Dios y la misión de la iglesia, aunque en la práctica el acelerado crecimiento de las iglesias protestantes a través de los grupos caseros y del testimonio en los hogares es una muestra de su pertinencia. Ya a finales de la década de los sesenta se dio testimonio de la eficacia de la evangelización a partir de los hogares. Dayton Roberts encontró que en las células de oración, muchas de ellas domésticas, muchas personas se convertían. Sus informes indicaban que familiares y vecinos se entregaban a Cristo por este medio, y que los prejuicios religiosos desaparecían cuando la familia evangélica abría las puertas de su casa.48 Un reciente estudio antropológico de los protestantes en América Latina asegura que: «…el éxito de los estudios bíblicos familiares y de las iglesias en casas… señala a los hogares como la clave de la expansión evangélica».49 Es probable, entonces, que no podamos hacer justicia al trabajo de las iglesias protestantes en este campo, aunque siempre será por no haber encontrado testimonio escrito de esta tarea.

En la búsqueda de trabajos protestantes sobre el tema, en inglés, en una librería evangélica en Miami, Florida, revisamos un enorme estante repleto de libros sobre la familia. Había mucho sobre el matrimonio, y cómo resolver los problemas que agobian el hogar. Unos pocos libros tocaban apenas nuestro tema.50 ¿Es esto un reflejo de la salud de la familia cristiana en el mundo de habla inglesa? ¿O refleja más bien un vacío teológico-pastoral en lo que respecta a la familia? En castellano también hay publicaciones evangélicas que se ocupan de la familia, pero la gran mayoría de ellas son traducciones del inglés. Su enfoque también apunta a cómo mejorar las relaciones familiares y raras veces tratan el concepto de misión. Hay cursos sobre el hogar y la familia, pero casi nada sobre su misión.

Rolando Gutiérrez-Cortés en su ponencia en el Congreso Latinoamericano de Evangelización, CLADE II, llevado a cabo en 1979, en Lima, Perú, tocó el tema más que cualquier otra:

Hemos de orar por cada familia cristiana en nuestro continente, para que el Señor le colme de su gracia y la torne en luz viva de su Evangelio en cada lugar en donde tiene su esfera de influencia. Hay quienes piensan que pueden ser cristianos y testigos auténticos, descuidando la piedad familiar, pero el amor al prójimo comienza con los de la propia casa.51

Conclusiones

La pequeña comunidad cristiana, la familia, puede ser una primicia de lo que Dios quiere hacer para otras personas y familias. En íntima comunión con el Señor de la familia y de la misión, con el Hijo Jesucristo como centro del hogar y por medio del poder y guía del Espíritu Santo, la familia cristiana puede ser y hacer la perfecta voluntad de Dios.

No hay nada más natural y más potente para que la vida de Cristo sea diseminada en la comunidad que por medio del testimonio fuerte y piadoso del hogar cristiano. Es una pieza en miniatura de la Iglesia plantada en cada vecindad, en cada manzana y en cada calle.52

¿Suena demasiado idealista? ¿Le es posible a la familia cumplir con la misión que Dios le ha entregado? ¿Todavía tiene vigencia la responsabilidad entregada a los padres en Deuteronomio de enseñar de generación a generación? Ahora que varias instituciones asumen responsabilidades de los padres, ¿qué les corresponde a éstos? La iglesia local debe estimular y apoyar la enseñanza hogareña. Y dado que la mitad de la población latinoamericana está compuesta por niños y jóvenes, la tarea es enorme.

Cada iglesia local debe conocer su congregación y su vecindario a fin de detectar sus necesidades. ¿Hay familias incompletas que carecen de ayuda y amor? ¿Hay personas sin familia? ¿Hay problemas comunitarios que la iglesia puede ayudar a solucionar? ¿Hay miembros de la iglesia que tienen capacitación y/o recursos para ayudar a otros? ¿Hay niños y jóvenes que no tienen padres que les enseñen acerca de Jesucristo? ¿Hay gente que no puede palpar el amor que Dios?

En las ciudades, hay cada vez más sospecha, temor, violencia y soledad, y sin embargo cualquier humilde hogar cristiano, conocido por los vecinos, puede romper esas barreras para que Cristo entre. En edificios multifamiliares, la mejor manera de alcanzar a la gente que habita allí es a través de una familia cristiana que viva en el mismo «bloque». ¿Cuántos miembros de familias extendidas son ganados para Jesús cuando ven y se benefician del cambio que Dios ha hecho en su pariente?

Ross Bender expresa el propósito de Dios para la familia en estos términos:

Si afirmamos que las familias cristianas son agentes activos y no objetos pasivos en la sociedad, preguntamos qué es la naturaleza de la misión que Dios les ha encomendado a ellas. Esa misión es principalmente ser una pequeña comunidad en la cual, Dios en su amor hace pactos y se encarna en las relaciones humanas. Es una comunidad construida sobre un pacto en el cual el amor y la fidelidad son principios fundamentales. También es una comunidad que se extiende para compartir sus recursos con personas y familias con quienes entra en contacto. Es una comunidad con un verdadero, radical «estilo de vida»… Es un lugar donde las necesidades íntimas más profundas de cada miembro pueden ser cumplidas y donde las personas son preparadas para las relaciones humanas y liberadas para darse a sí mismas a otros como Cristo se dio a sí mismo.53

Pero ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa (1 P. 2:9, vp).

Preguntas para la discusión

  1. Si la palabra «misión» no aparece en la Biblia, ¿en qué sustentamos toda la reflexión cristiana sobre la misión de la familia?
  2. ¿Cuáles serían las semejanzas y cuáles las diferencias entre la misión de Israel y la misión de la Iglesia?
  3. La autora afirma «¡Dios no ha terminado aún! La familia cristiana es el ‘laboratorio’ en donde Dios está formando al hombre nuevo». ¿En qué maneras funciona ese «laboratorio» hoy en día? Identifique algunos procesos. ¿Qué resultados se espera?
  4. Dorothy de Quijada, citando fuentes protestantes y católicas, deposita sobre la familia como «iglesia doméstica» la carga de llevar a cabo una parte significativa de la misión de Dios. ¿Suena demasiado idealista? ¿Le es posible a la familia cumplir con la misión que Dios le ha encomendado?

 

1 Claude y Paul Augé y Miguel de Toro y Gisbert, eds., Nuevo Pequeño Larousse, Larousse, París, 1964, p. 651.

2 Tom Stransky, «Missio Dei», Dictionary of the Ecumenical Movement, Nicolas Lossky, José Miguez Bonino y otros, eds., WCC Publications, Ginebra, 1991, pp. 687–689.

3 Johannes Verkuyl, Contemporary Missiology, Eerdmans, Grand Rapids, 1978, p. 3.

4 La misión cristiana hoy, Certeza, Buenos Aires, 1977, p. 26.

5 Witness to the World, John Knox Press, Atlanta, 1980, p. 240.

6 Tom Stransky, op. cit., p. 688.

7 Véase David J. Bosch, «Evangelism: Theological Currents and Cross-Currents of our Time», presentado en el seminario «The Relevance of Evangelism in South Africa Today», Hammanskvaal, Transval, 1986.

8 Ibíd., p. 5.

9 Compromiso y misión, Caribe, San José de Costa Rica, 1979, títulos de los capítulos.

10 «La naturaleza de la Iglesia: misión y acción pastoral», Boletín Teológico 9, Fraternidad Teológica Latinoamericana, México, 1983, pp. 11–16.

11 Educación teológica y acción pastoral en América Latina hoy, México, 1984, p. 54.

12 The Missionary Nature of the Church, A Survey of the Biblical Theology of Mission, McGraw Hill Book Company, Nueva York, 1962, p. 4.

13 Geoffrey W. Bromiley, God and Marriage, Eerdmans, Grand Rapids, 1962, p. 11.

14 Verkuyl, op. cit., p. 92.

15 Blauw, op. cit., pp. 34–35.

17 Blauw, op. cit., pp. 24–25.

18 James B. Hurley, Man and Woman in Biblical Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1981, pp. 32, 22.

19 Ibíd., p. 37.

20 Véase Edesio Sánchez C., «La familia, educadora de la fe», en esta obra.

21 Profesores de la Compañía de Jesús, La Sagrada Escritura, Antiguo Testamento, vol. 1, Pentateuco, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 804.

22 Sánchez, op. cit.

23 Edith Schaeffer, What is a Family?, Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas City, s.f., p. 5.

24 Fe C. de Coolidge, Con Cristo en el hogar, Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas City, s.f., p. 5.

25 Gottlob Schrenk, «The Father Concept in Later Judaism», Theological Dictionary of the New Testament V, Eerdmans, Grand Rapids, 1967, p. 999.

26 Op. cit., pp. 41–42.

27 Judge, The Social Pattern of Christian Groups in the First Century, Tyndale, Londres, 1960, p. 30.

28 Rogelio Greenway, Una estrategia urbana para evangelizar América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1977, pp. 96–97, citando a Joseph A Grassi, A World to Win: The Missionary Methods of Paul, Maryknoll Publications, Maryknoll, 1965, p. 85.

29 Judge, op. cit., p. 36.

30 Greenway, op. cit., p. 98.

31 W. White, «Family», The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible II, Zondervan, Grand Rapids, 1975, p. 500.

32 William Goff, El matrimonio y la familia cristiana, Seminario Teológico Bautista de Venezuela, Los Teques, 1980, p. 175.

33 Sánchez, op. cit.

34 José Román Flecha, La familia: lugar de evangelización, Madrid, PPC, Colección Vida y Amor, 1983, p. 34. Este libro es una joya, lleno de buenas ideas, para la familia que quiere participar en la misión de Dios.

35 Ibíd., p. 52.

36 Ibíd., p. 53, citando a San Agustín, Sermón 94:PL 38, pp. 580–581 y su comentario sobre San Juan, tr. 51, 13:PL 35, p. 1768.

37 Ibíd., p. 54.

38 Ibíd., p. 61, citando a A. Suquía, «Misión de la familia», F. J. Elizari, El sínodo de la familia, Madrid, 1981, p. 46.

39 La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, p. 198, citando a Juan Pablo II, Homilía Puebla 2, AAS LXXI, p. 184.

40 Editorial Salesiana y Ediciones Paulinas, Lima, 1981.

41 Ibíd., pp. 4–7.

42 Ibíd., p. 13.

43 Ibíd., pp. 6–7.

44 Ibíd., p. 8.

45 Ibíd., p. 3.

46 Ibíd., p. 40.

47 The Expectation of the Poor: Latin American Base Communities in Protestant Perspective, Orbis Books, Maryknoll, 1985, p. 71.

48 Los auténticos revolucionarios, Caribe, San José de Costa Rica, 1969, p. 79.

49 David Stoll, Is Latin America Turning Protestant? The Politics of Evangelical Growth, University of California Press, Berkeley, 1990, p. 318.

50 En nuestra opinión, el libro de Geoffrey W. Bromiley, op. cit., es especialmente recomendable por su estudio del trasfondo bíblico del matrimonio y la familia. El libro de Edith Schaeffer (op. cit.), la esposa de Francis Schaeffer, es muy bueno y práctico. Hay capítulos relacionados con la familia y su misión en Lindell Sawyers, Faith and Families, The Geneva Press, Filadelfia, 1986; y Ross T. Bender, Christians and Families, Herald Press, Scottdale, 1982.

51 Rolando Gutiérrez-Cortés, «Espíritu y palabra en la comunidad evangelizadora», América Latina y la evangelización en los años 80, CLADE II, Fraternidad Teológica Latinoamericana, pp. 183–184.

52 Bob Mumford, «El varón renegado», Vino Nuevo, enero/febrero de 1983, Centro Para el Desarrollo Cristiano, San José de Costa Rica, p. 7.

53 Ross T. Bender, op. cit., p. 14.

[1]Maldonado, Jorge E.: Fundamentos Bíblico-Teológicos Del Matrimonio Y La Familia : Jorge E. Maldonado, Ed. Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A. : Libros Desafío, 1995, S. 152

Autora: Dorothy de Quijada es periodista. Trabaja en Lima en la evangelización urbana. Coordinó, por varios años, junto con su esposo, esfuerzos del Centro Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales del Perú (CELEP-P) en la Pastoral Familiar. Este trabajo es un extracto editado de su libro del mismo nombre publicado por EIRENE, Quito, 1988.

 

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