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Matrimonio: problema y misterio Por Margareth Brepohl

El matrimonio y la familia, hoy más que nunca, son objeto de mucha discusión. Mucho se debate —y desde varias perspectivas—sobre su naturaleza, su historia, sus funciones y su validez para el desarrollo del ser humano. Sociólogos y antropólogos tienden a ver al matrimonio y a la familia como instituciones sociales básicas. Hay otros que los han interpretado como «accidentes históricos» en el devenir de la humanidad. Algunos los han considerado como la raíz de todos los males, como algo que hay que extirpar para beneficio de la humanidad.1 Otros los han visto como los espacios fundamentales para el desarrollo y la socialización de las nuevas generaciones. En épocas más recientes se describe al matrimonio y la familia como sistemas que se ajustan y se desajustan, que evolucionan y que buscan su equilibrio, que tienen el potencial tanto para enfermar como para curar a sus miembros, que confrontan problemas y que los resuelven.2 Entre los escritores antiguos y modernos que se han expresado sobre el matrimonio y la familia, aún me llama la atención lo que escribió san Pablo en su carta a los Efesios, capítulo 5. Allí me parece que el autor teje un hermoso tapiz con hilos de muy diversos matices. Su discurso, que relaciona Cristo-Iglesia y hombre-mujer en un fluir dinámico que hace imposible separar una idea de la otra, es fascinante. San Pablo nos sorprende, de pronto, cuando en medio de los consejos a la vida hogareña introduce el término «misterio» y lo desarrolla en un contexto de contemplación mística, difícil de comprender en todos sus detalles. Yo misma entré en contacto con la idea del misterio en el matrimonio por los trabajos de Hans Bürki3 y de la amistad personal con él. Mi esposo y yo, en el comienzo mismo de nuestra relación, empezamos a darnos cuenta de la existencia de esa dimensión «misteriosa» —fascinante, más allá de toda explicación, que nos invita al silencio— entre un hombre y una mujer, y comenzamos a profundizarla.

Un autor contemporáneo, Gabriel Marcel,4 también utiliza los conceptos de «problema» y «misterio» como maneras de abordar la comprensión de la realidad, y como dos partes de una misma dinámica del conocimiento. Cuando miro la realidad que me circunda como «problema» —afirma Marcel— significa que puedo objetivar, analizar, utilizar procedimientos en el tiempo y en el espacio que me permiten entender el mundo y manejarme en él. Por ejemplo, puedo conceptualizar al ser humano, analizarlo en sus diversas expresiones y obtener una determinada información. De igual forma puedo proceder con la pareja, con la familia o con otros grupos humanos. En la categoría de «problema» surge la pertinencia del trabajo científico.

Mediante el concepto de «misterio» mantengo una relación distinta con la realidad: puedo conocerla, pero sólo en parte; la explico, pero sin agotarla. Es una relación en la que, como sujeto, estoy comprometido, inmerso en el proceso. Ante el misterio actúo sin poder distinguir lo que está en mí de lo que está delante de mí. Por eso la posibilidad de objetivar pierde todo su significado: el misterio no puede analizarse; éste trasciende a toda técnica de aproximación concebible; su naturaleza misma es incalculable, inefable e impredecible. El misterio transcurre fuera del tiempo como secuencia cronológica y fuera del espacio geográfico. Por eso, el ser humano ha recurrido a metáforas, imágenes y expresiones plásticas —como los mitos, por ejemplo— para referirse al misterio.

Marcel afirma que es posible que, por obra del psicologismo, se degrade el misterio y se lo convierta en problema. Confundir esas dos modalidades distintas de aproximación a la vida puede producir una reducción en la vivencia de lo que significa ser humano, tanto en mí como en la otra persona. Hoy en día observamos esa tendencia reduccionista cuando el énfasis al tratar el matrimonio y la familia está en su buen funcionamiento, en la búsqueda de soluciones rápidas para que las partes puedan seguir relacionándose. Para lograrlo, el enfoque tiene por fuerza que ser «problematizante», busca identificar cuál es el problema —no importa el marco teórico con el cual uno trabaje— para buscarle soluciones.

Los que trabajamos como terapeutas de familia, por ejemplo, estamos entrenados para encontrar en nuestros consultantes sus reglas, la distribución de sus papeles, sus fronteras, sus jerarquías, etc., y para buscar las posibles alternativas para que las relaciones se desarrollen a niveles de mayor eficiencia y satisfacción. Aprendemos cómo facilitar que la comunicación fluya entre la pareja, cómo ayudar a la familia a ver la misma realidad desde otra óptica, cómo diseñar tareas para que las personas se afirmen en nuevos modos de conducta más funcionales, etc. Todo eso —y más, por supuesto— para lograr que las personas se expresen, adquieran nuevas percepciones de sí mismas y de los demás, y hagan los cambios necesarios para que funcionen mejor. Me pregunto si esto es todo lo que las personas necesitan y aspiran en sus relaciones con otros seres humanos: que todo marche bien, que parte funcione. Y, ¿qué del misterio?, ¿qué de lo trascendente?

El concepto de trascendencia tiene mucho que ver con la idea de misterio. Sin una idea de lo trascendente no podría concebirse en el ser humano el amor, la esperanza, o la fe, pues éstos tienen siempre que ver con aquello que escapa a la razón. Analizar, clasificar y diagnosticar a una persona o a una relación, es distinto a creer en ella. Solucionar el problema de alguien o hacer funcionar una relación puede ser una demostración de perspicacia lógica o profesional. Al mismo tiempo puede ser también una reducción de los significados de un problema y, en la medida en que se soluciona el problema, también puede hacer desaparecer el significado de lo trascendente. Creo que no podemos ni siquiera pretender entender al ser humano en su relación con sus semejantes solamente a través de teorías que tratan de explicarlo y de las técnicas que tratan de mejorarlo. Existe un espacio sagrado y, por consiguiente, misterioso y lleno de significado.

El misterio no puede ser penetrado por el conocimiento científico. Aunque reconozco la validez y la indispensabilidad del conocimiento científico, afirmo que una verdadera comprensión del ser humano requiere más. Cuando estoy delante de un ser humano que trasciende mis conocimientos —y que puede impactarme a cada momento, que siempre ofrece algo nuevo, que me introduce a lo inagotable, a lo fascinante, a lo estético— estoy en el espacio de lo sagrado, ante la posibilidad de penetrar en el propio misterio y de ser penetrado por él.

Para manejar ese encuentro de dos seres humanos en relación, necesito otros paradigmas aparte de los científicos, «objetivos» y supuestamente neutros. En ese momento ya no soy más una observadora desvinculada de lo humano, ni puedo serlo. Como un ser humano, soy una compañera en el camino misterioso de la vida. Como cristiana, paso de la psicología a la teología.5

El sufrimiento es uno de los aspectos de la finitud del ser humano que nuestra cultura contemporánea quiere evitar, juntamente con otros significados como el de la muerte. Hoy día hay en toda publicidad un intento deliberado de esconder el sufrimiento. Es interesante observar como la propaganda intenta decirnos que comprando podremos expulsar toda la necesidad, toda la incomodidad, toda la molestia, toda la limitación, todo el dolor. Los noticieros, al mostrar con brutal desnudez los dramas más terribles de los acontecimientos humanos, como si estuvieran presentes «allá» en la pantalla, rompen con frecuencia esta promesa de felicidad. Ambas posturas, la de la publicidad y la del noticiero, son exageraciones de la imaginación mórbida. Son disociaciones que, por un lado, presentan la felicidad total y, por el otro, la aniquilación en el horror.

Christopher Lasch6 nos habla de la actitud del ser humano al tratar de eliminar todo lo que le sea un obstáculo para la plena satisfacción de sus deseos. Lo que vale es el deseo satisfecho hoy, aquí y ahora. Él lo analiza en términos del vaciamiento y el empobrecimiento de la vida y del aislamiento de las personas unas de las otras. Lo que cuenta soy yo y mi realización. No hay lugar para el sufrimiento o los obstáculos. Las relaciones se tornan, entonces, frágiles e inestables, sin poder brindar un significado más profundo para la convivencia, que no sea la satisfacción de uno mismo.

Denis de Rougemont7 hace un análisis de cómo los matrimonios en la época moderna se basan en el romance, en la pasión, pero sin mucha conexión con la opción, la decisión de estar juntos. Como consecuencia notamos muy poca disposición de las parejas a «trabajar» sus dificultades y quedarse unidos en momentos difíciles, confrontando los problemas, tratando de buscar formas de convivir, solucionar las dificultades y juntos crecer en su relación.

Guggenbühl-Craig8 habla justamente de que la unión entre hombre y mujer en el matrimonio está destinada a morir si se basa sólo en el placer y si los participantes de la unión tienen como objetivo su propio crecimiento e individuación sin tomar en cuenta al otro. Sostiene que el matrimonio puede ser también un camino de «salvación», en el sentido en que, ante el confrontamiento profundo e íntimo que ocurre en el vínculo de la pareja, los cónyuges tienen la oportunidad de conocerse a sí mismos, al otro y, muchas veces, en ese proceso, conocer al propio Dios. En el sufrir, en el arriesgarse, en el abrirse, en el conocerse, ambos pueden ir concretando el ser «una sola carne», que también incluye al sufrimiento. El psiquiatra inglés Frank Lake9 me introdujo al término teodicea, la teología del sufrimiento, que tiene en su centro el texto de Isaías 53, en donde se presenta a Cristo como el Siervo Sufriente. Quien lo ha sufrido todo y experimentado la gloria, es capaz de asistirnos a hombres y mujeres cuando nos confrontamos con nuestro sufrimiento. Él va delante de nosotros, ha vencido y es el único habilitado, por su muerte y resurrección, para guiarnos en nuestra confrontación con el sufrimiento que encontramos al encarar nuestros problemas.

En su carta (1:12), el apóstol Santiago nos habla de cómo el sufrimiento, presente en la tribulación, puede producir purificación y limpieza, y guiarnos en el camino de la esperanza.

He sugerido que al introducirnos en el ámbito del matrimonio y la familia como problema existe el peligro de incurrir en un reduccionismo. Además, existe la posibilidad de darnos cuenta sólo de lo frágil y lo finito en las relaciones humanas. Por eso hace falta un acercamiento complementario ya que la realidad nos informa que todo ser vivo tiene una dimensión de gozo y otra de sufrimiento.

El misterio, el verdadero «misterium», en el sentido religioso, es cualitativamente diferente, es extraño a nosotros, es lo que nos sorprende, lo que está fuera del dominio de las cosas habituales, comprensibles, conocidas y por consiguiente familiares. Es todo aquello que se opone al orden conocido de la cosas y por esto mismo nos llena de sorpresa y asombro.10

En el lenguaje bíblico el misterio aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el libro del profeta Daniel (2:18–28) el misterio es algo que tiene que ver con el propio Dios, y por lo tanto requiere de la revelación divina.

En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), el misterio aparece en el contexto de las parábolas, en medio de las imágenes habladas por Jesús con referencia al Reino de Dios. San Pablo en su carta a los Romanos introduce el término «misterio» (11:25) en su reflexión sobre el futuro del pueblo de Israel. Termina su reflexión con un himno de alabanza que resalta lo inescrutable y lo insondable de la gloria y la gracia de Dios (11:33–36). Así demuestra que el misterio, cuando es «comprendido», provoca consecuencias en la vida. En este sentido, el misterio es activo, provoca transformaciones en la vida de quienes lo experimentan. En otros cánticos de san Pablo (Ro. 16:25) se confirma el hecho de que al experimentar el misterio, no puede sino responderse en forma de adoración y alabanza que expresan la belleza y grandeza de Dios. Es una celebración ante la manifestación de lo Sagrado.

En 1 Corintios, encontramos referencias al misterio como algo oculto que es revelado por el Espíritu (2:10) y que puede ser ministrado por los hombres (4:1). En su poesía sobre el amor (13:2) san Pablo denota la novedad del misterio: hay siempre algo nuevo para descubrir, una relación dinámica que no se agota nunca. En el capítulo 14 el misterio equivale a algo que trasciende nuestro lenguaje, es otro código de comunicación.

Me llama la atención el tema del misterio en la carta paulina a los Efesios y más específicamente en el capítulo 5. En este texto san Pablo está como «jugando» con las ideas de Cristo en su relación con la Iglesia y de la unión hombre-mujer. En esa secuencia utiliza analogías y comparaciones. Al principio de este relato hace un llamamiento a la mutualidad. Luego, al referirse a la relación Cristo-Iglesia y hombre-mujer, se interna en la esfera de lo estético al hablar de una Iglesia santa, gloriosa, sin mancha, ni arruga. El misterio nos llama a lo bello, a lo glorioso. En Efesios 5:31, san Pablo hace referencia al relato de la creación en Génesis y de una forma poética introduce el concepto «una sola carne». ¿Qué puede significar que el hombre y la mujer al unirse en matrimonio se tornen una sola carne? Paul Ramsey11 expresa de una forma mítica el acto sexual como un acto de amor. Dice que en el deseo y en el acto sexual, la mujer quiere hacer del hombre su Adán y el hombre quiere tornar a la mujer en su Eva, en el sentido de que ella estaba sola con él en el jardín del Edén. No había nadie más. Cada uno era para el otro, en forma única y plena, creados por Dios como providencia para la soledad del ser humano.

De una vez, la soledad inquietante de Adán se transforma en la expresión de su sexualidad, y la mujer se encuentra delante de él como un ser único; no hay otro. Ellos hablan el lenguaje de hombre y mujer; ellos se conocen y son conocidos. Su unión en el sexo está basada en el más elevado significado de la sexualidad humana. El juntar sus cuerpos es una expresión de sí mismos. Ninguna tercera persona puede conocer lo que aquí se conoce. Hombre y mujer son conocidos y son conocedores el uno del otro. En la unión de Adán y Eva no había testigos. Ellos estaban solos delante de Dios y delante de los ojos descubridores del otro. En esa ocasión Dios manifestó su presencia a través de su ausencia: se fue a pasear al otro lado del jardín. Ellos estaban solos y salieron de su soledad en una forma sexual. Ellos se tornaron uno en sus mentes, en sus voluntades, al amarse con sus cuerpos. Esto puede ampliarnos el significado de la totalidad que existe en la pertenencia encarnada del hombre a la mujer y de la mujer al hombre en el matrimonio.

En 1 Corintios 7:5, san Pablo hace una asociación entre la vida sexual de la pareja y su vida de oración, una posibilidad de la manifestación de lo sagrado a distintos niveles de la vivencia de la pareja. También Pedro, en 1 Pedro 3:7, relaciona las actitudes del hombre en relación con la mujer con todo aquello que tiene que ver con la vida de oración.

El matrimonio como misterio nos apunta a lo sagrado, lo estético, lo siempre nuevo, al crescendo, al éxtasis, al acto unitivo y procreativo, a la vida misma. El misterio amplía los significados de la unión hombre-mujer y apunta a la esperanza y al gozo. El matrimonio como misterio es una continua invitación a la celebración, que puede pasar inadvertida hasta por sus propios integrantes.

Creo que quienes están en contacto con familias y parejas, en alguna relación de ayuda, pueden correr el riesgo de tener «los ojos cerrados» al ámbito del misterio. Es muy fácil estar pendientes de los problemas que nos son presentados, de la «mejoría» de las relaciones, del crecimiento de las personas, del «buen funcionamiento» del hogar, y olvidarse de que puede haber otros recursos en lo que trasciende el nivel del problema para el enriquecimiento de la vida.

El diálogo entre Moisés y Dios relatado en Éxodo 3 nos ilustra cómo es posible adentrarnos en lo sagrado y penetrar el misterio: «…quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es».

Preguntas para la discusión

  1. Según la autora, la misma naturaleza de las ciencias requiere que se «objetivice» la realidad para comprenderla, y que se «problematice» la vida para resolverla. ¿Hasta qué punto la teología ha sido seducida por la ciencia y ha perdido su capacidad de asombro y contemplación? ¿Hay sociedades hoy más propensas a esta seducción que otras?
  2. Muchos manuales cristianos en las librerías hoy en día están destinados a mejorar las relaciones familiares y a resolver las dificultades. Esto es un indicio de que el trabajo pastoral se ha enfocado en el manejo de problemas perdiendo la visión del misterio en las relaciones familiares. ¿Cuáles serían algunos de los títulos de los libros necesarios para el trabajo pastoral con familias, que corrijan este error? Sugiera algunos.
  3. La autora nos propone ver las varias facetas de la vida familiar a la luz del «misterio», antes que a la sombra de los problemas. ¿Cómo podríamos celebrar, por ejemplo, la pubertad y el desarrollo sexual de nuestros hijos como un signo gozoso de vida, antes que como una etapa de temores y aprehensiones? ¿Qué orientación necesitan los recién casados para enfrentar los conflictos conyugales inevitables como una oportunidad de crecer en mutuo descubrimiento? ¿Cómo enfrentar las crisis desde una perspectiva de la fe en la gracia providencial de Dios aún en medio de la angustia?
  4. Los profesionales cristianos que trabajan con familias se encuentran con frecuencia ante el conflicto de ofrecer un servicio profesional sin reducir lo humano a un mero problema. ¿Cómo mantener la capacidad de asombro ante lo inesperado, ante el misterio, sin verse absorbido por él, descuidando el desempeño profesional?
  5. ¿Qué requieren nuestras iglesias para que su pastoral familiar apunte hacia la celebración, el gozo, la esperanza, el asombro, antes que a la pesada tarea de corregir errores y resolver problemas? Señale algunas pautas concretas.[1]

1 Véase, p. ej., R. D. Laing, El cuestionamiento de la familia, Paidós, Barcelona, 1969; Laing y Esterson, Cordura, locura y familia, Fondo de Cultura Económica, México, 1979; Jaques Lacan, La familia, Argonauta, Buenos Aires, 1978; David Cooper, La muerte de la familia, Ariel, Barcelona, 1976.

2 Éste es el enfoque general de la «terapia familiar sistémica» desarrollada a partir de la década de los cincuenta, primeramente en los Estados Unidos y luego en todo el mundo.

3 «Die Eheim Spannungsfeld psychischer und spiritueller Entwicklung», Porta 34, Marburg, 1984. Ein Ganzer Mensch Werden, Brendow Verlag, Moers, 1993.

4 Geheimnis des Seins, Verlag Herold, Wien, 1952. Le Mystère de l’Etre, Fernand Auber, París.

5 Véase, p. ej., Rudolf Otto, O Sagrado, Impresa Metodista, São Paulo, 1985; Martin Buber, Ich und Du en Das Dialogische Prinzip, Verlag Lambert Schneider, Heidelberg, 1984. Yo y Tú, Paidós, Buenos Aires; Carlos Hernández, O Lugar do Sagrado na Terapia, Nascenti/CPPC, São Paulo, 1986.

6 The Culture of Narcissism, W.W. Norton y Company Inc., Nueva York, 1978.

7 Love in the Western World, Pantheon Books/Random House, Nueva York, 1956.

8 Die Ehe ist Tot, Lang Lebe die Ehe, Schweizer Spiegel Verlag, Zürich, 1988.

9 Clinical Theology, A Theological and Psychological Basis to Clinical Pastoral Care, Nottingham, 1960. Abreviado por Martin H. Yeomans, Darton, Longman and Todd, Londres, 1986 (1988).

10 Rudolf Otto, op. cit.

11 One Flesh, Grove Books, Nottingham, 1975.

[1]Maldonado, Jorge E.: Fundamentos Bíblico-Teológicos Del Matrimonio Y La Familia : Jorge E. Maldonado, Ed. Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A. : Libros Desafío, 1995, S. 119

Autora: Margareth Brepohl es psicóloga, terapeuta familiar y supervisora clínica. Ha realizado estudios en su país natal, Brasil, y en Inglaterra, Estados Unidos, Suiza y Alemania. Fue Directora del «Centro de la Familia» en Quito, Ecuador. Es miembro docente de EIRENE.

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