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INTERVENCIÓN PASTORAL EN SITUACIONES DE CRISIS DE FAMILIA por Jorge E. Maldonado

INTRODUCCIÓN
En todas partes los seres humanos enfrentamos circunstancias adversas, cambios súbitos, y pérdidas significativas, que ponen a prueba nuestra manera de relacionarnos, nuestro equilibrio emocional y nuestra salud. Diversos tipos de crisis parece afectar hoy, más que nunca, la vida de personas, familias, comunidades y pueblos enteros. En algunos lugares la causa está en los desastres naturales y creados por el ser humano; en otros, son las condiciones políticas y sociales; en otros, la mera convivencia humana o el desarrollo natural de la familia.

Nos proponemos tratar el tema desde una perspectiva pastoral, es decir como la acción de toda la iglesia (no sólo del pastor o la pastora) en el acompañamiento a las personas y familias en crisis. Ya que toda atención pastoral es un encuentro en el ámbito de las «cuestiones finales» y toda crisis tiene un potencial religioso, la intervención en crisis no puede reducirse al mero manejo de técnicas y procedimientos, sino que es parte del ministerio de consolación que el pueblo de Dios está llama do a brindar a la comunidad. Mucho antes que las profesiones de ayuda se hicieran presentes en la historia, pastores y laicos sensibles y sensatos fueron los consejeros «naturales» en momentos de crisis. Aun hoy en día, cuando hay mayor acceso a los servicios profesionales de salud, la mayoría de las personas en crisis hacen primero contacto con sus ministros y líderes espirituales antes de dirigirse—si es necesario—a los profesionales. Por todo esto, la iglesia está idealmente situada para ofrecer acompañamiento en situaciones de crisis.

También nos limitaremos a considerar el tema en relación con las crisis de la familia. Otros tipos de crisis (económica, moral, política, etc.) caen fuera del ámbito de este capítulo, no porque no nos conciernan los problemas globales, sino porque son objeto de otro nivel de análisis y requieren otro acercamiento y otras estrategias de intervención. La salud (física, mental, social y espiritual) ha sido desde antaño responsabilidad de la familia y de la red de parientes. Por algún tiempo los estados modernos intentaron asumir la mayor parte de los servicios de salud. Hoy en día, cuando las economías del mundo—especialmente las de los países dependientes—están en crisis y los presupuestos para la salud pública se ven recortados, la familia—en su variadas formas—está retomando su papel de sanadora. Es en la familia que las situaciones de crisis se dejan sentir con más rigor. Es allí también, en la familia, en donde se mitigan los dolores y se encuentra la solidaridad más cercana en el momento de la crisis. En la familia también se procesan las crisis de desarrollo normales y necesarias para que el conjunto familiar pase de un estadio a otro de su evolución social. La familia ha probado ser una entidad con muchos recursos. En los sectores más pobres del mundo la familia ha diseñado estrategias de sobrevivencia que permiten a sus miembros suplir sus necesidades básicas. Donde los programas de salud son insuficientes, la familia ha encontrado maneras de ofrecer a sus integrantes atención y cuidado en tiempos de enfermedad a diferentes niveles de eficacia. No son pocos los testimonios de cómo las familias en necesidad han desarrollado iniciativas creativas, experiencias en medicina tradicional, educación no formal, y economías (informales) de subsistencia.

Además, optamos por abordar el tema de la intervención en crisis desde una perspectiva salutógena, es decir enfocada en la salud antes que la enfermedad. Procuraremos encontrar respuestas a la pregunta «¿Qué hace que una persona o una familia supere una crisis?», antes que enfocarnos en la cuestión «¿Qué causa una crisis?»1 No desconocemos, sin embargo, que hay una coneestrecha con otros dos tipos de trabajo muy importantes: la prevención de las crisis, cuando esto es posible (manejo del estrés, la adaptación a los cambios, etc.) y la terapia de crisis (la restauración más allá del daño ocasionado por una crisis mal procesada y mal resuelta).

DEFINICIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE UNA CRISIS
No se debe confundir la crisis con un problema, una tragedia o una emergencia. Todos enfrentamos con frecuencia problemas, sin que necesariamente lleven a una crisis. Una tragedia es un acontecimiento desafortunado, mas bien externo, que afecta a las personas de manera diversa, y no necesariamente conduce a una crisis o se deriva de ella. Una emergencia es un estado subjetivo, una sensación de que uno necesita de ayuda externa para enfrentar los cambios o para poner fin a ellos.

La crisis es un estado temporal de trastorno y desorganización caracterizado principalmente por: 1) la incapacidad del individuo, familia o grupo social para resolver problemas usando los métodos y las estrategias habituales; y 2) el potencial para generar resultados radicalmente positivos o radicalmente negativos.2
Todos los humanos enfrentamos con frecuencia el impacto de situaciones problemáticas que demandan acciones específicas para resolverlas. El desequilibrio o la tensión causada por el impacto del estímulo es, la mayoría de las veces, reducido rápidamente mediante el empleo de estrategias conocidas. La crisis acontece cuando las acciones conocidas destinadas a solucionar la amenaza—y los nuevos intentos, y las medidas de emergencia—resultan ineficaces, permitiendo así que la tensión creada por el evento amenazante se incremente hasta desbordar las capacidades de contención de la persona o del sistema familiar.

Cuadro 1
El impacto del estímulo
Una crisis de ninguna manera implica necesariamente patología. Es más bien una respuesta normal de la persona o del sistema familiar ante la amenaza de factores internos y externos significativos. Representa, eso sí, tanto oportunidad como peligro. Como oportunidad, puede ayudar a las personas, las familias y las comunidades a crecer aún en medio del dolor. La crisis representa un peligro porque tiene el potencial de llevar a las personas y familias a paralizarse, a perder la confianza en ellos mismos, a aislarse y no asumir responsabilidad por ellos ni por los demás.
Tanto la crisis como su resolución dependerá de una combinación de factores, entre los que se cuentan:
•     La severidad o intensidad del suceso desencadenante (la amenaza)
•     Los recursos personales (salud, autoestima, flexibilidad)
•     El sistema de creencias y valores (espiritualidad, fe)
•     Los recursos materiales (externos)
•     Los recursos sociales presentes al momento de la crisis (familiares, amigos, iglesia, comunidad).

Cuadro 2
La crisis en sus contextos diversos3

Sistema  Variables 
Persona  Aspectos conductuales, afectivos, somáticos, interpersonales y cognoscitivos de un funcionamiento individual. 
Familia y grupo social  Familia, amigos, vecinos, y la naturaleza de las relaciones con la persona en crisis (cohesión, patrones de comunicación, papeles y responsabilidades, flexibilidad y franqueza, valores). 
Comunidad  Ubicación geográfica, recursos económicos y materiales; estructuras y políticas gubernamentales (ejecutiva, judicial y legislativa); el lugar de empleo del individuo; negocios, escuelas, industrias, iglesias y organismos vecinales. 
Cultura y sociedad  Valores predominantes, tradiciones, normas, costumbres. 

La crisis, como experiencia desagradable común a todos los humanos, está limitada en el tiempo. Se requiere de unos pocos días hasta unas pocas semanas (entre 4 y 6) para recuperar el equilibrio. Ni el organismo ni el sistema familiar, al parecer, toleran niveles altos de desorganización por periodos prolongados. Generalmente sigue patrones secuenciales en su desarrollo. Las crisis se asemejan mucho entre sí sea cual fuere la tensión que la provoca (Véase el cuadro 3).

La crisis casi siempre se manifiesta por un suceso que la precipita como la gota que desborda el vaso de agua. Aunque algunos de esos sucesos son universalmente devastadores, no existe una relación causa-efecto entre el factor precipitante y la crisis como tal. Ante una misma situación algunos individuos o sistemas familiares se sienten emocionalmente amenazados y entran en crisis, mientras que otros no.

Las personas en crisis presentan un alto grado de accesibilidad psicológica. Es decir, están más abiertas a la ayuda, son más vulnerables a la influencia externa y, generalmente, dispuestas al cambio. Las crisis trastornan los valores y el sentido de la vida. Las personas en crisis se plantean preguntas básicas tales como: «¿qué sentido tiene la vida?», «¿por qué me sucede esto a mí?», «¿por qué lo ha permitido Dios?», «¿vale la pena seguir viviendo?». El consejero cristiano que ignora los aspectos espirituales de una crisis no responde a la totalidad de la persona que atiende ni a su propia vocación. Durante una crisis las personas suelen encontrarse especialmente receptivas a considerar de manera renovada sus posturas respecto a la fe, a la esperanza, al sentido último de la existencia y a un proyecto de vida significativo. Le toca al consejero o la consejera ser sensible y muy respetuoso en este aspecto.

Cuadro 3
El proceso de una crisis4
Tipos de crisis familiares
Las maneras de clasificar una crisis dependen del marco teórico de cada autor y de la forma como se percibe la interacción entre el factor desencadenante (estrés, suceso traumático, amenaza externa) y el manejo que hace de él el individuo o la familia. Autores como Slaikeu5 y Stone,6partiendo del origen del estímulo, proponen dos tipos de crisis: las circunstanciales y las de desarrollo. Howard y Libbie Parad,7 en base a la naturaleza del factor desencadenante, hablan de tres tipos: las que son disparadas biológicamente, las que son disparadas ambientalmente y las advenedizas. El psiquiatra Frank S. Pittman,8 desde una perspectiva familiar y sistemática, encuentra que hay cuatro tipos de crisis familiares: a las crisis circunstanciales y de desarrollo añade las estructurales y las de desvalimiento.

Optamos por utilizar la clasificación de Pittman ya que mejor se aproxima a tomar en cuenta el papel de la familia en el brote, el manejo y la resolución de las crisis individuales. La crisis de un individuo es a menudo sintomática de una crisis que ha sido experimentada en uno o más de sus grupos de referencia. De modo que, «la unidad básica de análisis en la comprensión de una crisis no es el sujeto individual sino mas bien una o más de las órbitas de las cuales él es miembro.»9 Además, las crisis, en tanto que incluyen reacciones emocionales individuales a las amenazas presentes, pueden estar enraizadas en experiencias pasadas que amenazaron las necesidades básicas de la familia.

Las crisis circunstanciales
•     Son accidentales
•     Inesperadas
•     Apoyadas en un factor ambiental

El estrés es real, manifiesto, imprevisible y surge de fuerzas externas, ajenas al individuo y a la familia, como son, por ejemplo, una guerra, una enfermedad, un accidente, un incendio, un terremoto, la devaluación de la moneda, el incremento en el costo de la vida, etc.

Con frecuencia, las familias se adaptan bastante bien a los efectos desastrosos de una crisis inesperada. La culpa sentida o atribuida no es tan grande como en otros tipos de crisis y puede ser mejor verbalizada. Además, los miembros de una familia o comunidad suelen recibir ayuda inmediata y solidaria de los que les rodean. Generalmente no requieren de intervención profesional y las personas, familias y comunidades suelen recuperarse e incluso desarrollar nuevas estrategias de sobrevivencia y mayor sensibilidad ante el dolor ajeno.

Sin embargo, se necesita poner atención a la manera como se manejan las pérdidas a fin de facilitar la recuperación y el óptimo funcionamiento posterior. Para ello, la clave cognoscitiva será de vital importancia, es decir, elaborar el significado de las pérdidas, comprender el grado de interrupción a su proyecto vital, y reconocer la intensidad con la que la vida entera ha sido sacudida.

El objetivo de la ayuda pastoral en las crisis circunstanciales puede ser doble: 1) estimular a las personas afectadas—por el golpe de lo inesperado y por las pérdidas que por lo general dejan los eventos traumáticos—a expresar sus sentimientos en un ambiente de aceptación, solidaridad y empatia; y 2) acompañar a las personas, familias, grupos o comunidades en el proceso mediante el cual se «penetre» (se reflexione, asuma, analice) el suceso de la crisis de modo que se lo integre dentro de la experiencia de vida, a fin de que cada persona quede abierta, en vez de cerrada, al futuro.

Las crisis de desarrollo
•     Son normales, universales, previsibles
•     No se las puede detener ni producir prematuramente
•     Trasladan al individuo y a la familia a otro nivel de madurez y funcionamiento
•     Provocan cambios permanentes en el status y en la función de los miembros de la familia

Algunos de los cambios evolutivos en la vida familiar son sutiles y graduales, mientras que otros son abruptos y dramáticos; algunos son determinados por el reloj biológico, mientras que otros por los condicionamientos de la sociedad; algunos son asimilados por la persona y la familia con mayor facilidad, mientras que otros son resistidos. Las crisis de desarrollo en una familia tienen lugar, por lo general, cuando la estructura de la familia parece incapaz de incorporar la nueva etapa de desarrollo de alguno de sus miembros o del conjunto familiar.

Una vida personal y familiar equilibrada es, en parte, el resultado de haber enfrentado con éxito una serie de crisis normales de desarrollo. Por otro lado, eventos en la vida de una familia que requieren un esfuerzo prolongado para sobrellevarlos, tales como la migración o el divorcio, pueden ser considerados como «matriz de crisis»,10 es decir momentos vulnerables en toda familia que pueden o no desarrollar una crisis.

El tipo de estrés en las crisis de desarrollo es, por lo general, manifiesto y es posible prepararse de antemano. Sin embargo, en diversos ambientes culturales no se permite la discusión abierta de estos temas ni la celebración del tránsito de una etapa a otra de la vida, por lo que las personas y familias que las experimentan se sienten aisladas, confundidas o culpables.

Al parecer cada etapa del ciclo evolutivo de la familia inevitablemente incluye una crisis de alguna índole. Aunque la familia está llamada a evolucionar y adaptarse a las nuevas etapas de desarrollo de sus miembros, la respuesta más usual de la familia es resistir el cambio, demorarlo y hasta castigarlo. «Los problemas surgen cuando una parte de la familia trata de impedir la crisis en lugar de definirla y adaptarse a ella. También puede haber problemas si alguien de la familia desea que los cambios propios del desarrollo sean más rápidos o más pronunciados.»11

Betty Carter y Monica McGoldrick,12  en su ya clásico estudio del ciclo vital de la familia norteamericana de clase media, ofrecen un esquema de las transiciones que una familia experimenta al pasar de una etapa a otra en su ciclo vital. Cuando el tránsito a la siguiente etapa es resistido o cuando las actitudes requeridas para asumir los cambios no están presente, es posible que se provoque una crisis de desarrollo. Wen-Shing Tseng y Jin Hsu,13 han documentado la forma como las diferentes culturas organizan y definen las etapas del ciclo vital de la familia. En todo caso, se supone que la transición de un estado a otro de su desarrollo requiere una serie de cambios cualitativos en la relación de sus miembros.

El objetivo principal de la ayuda pastoral en las crisis de desarrollo es «normalizarlas», es decir acompañar a la persona o a la familia en la aceptación de la nueva etapa, en identificar los ajustes necesarios para funcionar adecuadamente en ella y vivir con el desafío de seguir creciendo a nuevos horizontes.

Las crisis estructurales
•     Son recurrentes
•     Resultan de la exacerbación de pautas intrínsecas en la familia
•     Son, por lo general, un esfuerzo para evitar el cambio y, por lo tanto, las más difíciles de tratar en una familia.

Aunque las tensiones sean extrínsecas, reales y específicas, en las crisis estructurales se ponen de manifiesto las pautas de interacción intrínsecas, y el desbalance surge de las tensiones ocultas que no se han resuelto. Este tipo de crisis «son como esos terremotos que surgen periódicamente, producto de fuerzas internas profundas».14 Este tipo de crisis suelen ser recurrentes, a menos que la primera crisis de la serie se haya manejado en una familia lo bastante bien como para resolver los problemas de personalidad en el individuo o los problemas estructurales en la familia.

Estas son las crisis más difíciles de tratar ya que tales crisis no representan un esfuerzo para producir un cambio, sino mas bien para evitar cualquier cambio que amenaza el frágil equilibrio familiar. Las personas suelen invertir toda la energía en evitar el cambio. La mayoría de las familias verdaderamente disfuncionales padecen este tipo de crisis. Las familias alcohólicas son especialmente difíciles de tratar.

Las crisis de desvalimiento suceden:
•     Cuando hay miembros disfuncionales o dependientes
•     Cuando la ayuda que se necesita es muy especializada o difícil de reemplazar
•     Cuando la familia pierde el control de aquellos de los que depende.
Este tipo de crisis ocurre en familias en las que uno o más de sus miembros son disfuncionales y dependientes.

Los miembros funcionalmente dependientes (tales como los niños, los ancianos, los enfermos crónicos y los inválidos) mantienen atada a la familia con sus exigencias de cuidado y atención. Cuando los cuidados requeridos agotan los recursos de la familia, ésta puede necesitar de agentes externos para seguir prodigando el cuidado necesario al miembro dependiente. Cuando una familia depende de asistentes externos está sujeta a tensiones imprevisibles y a fuerzas que escapan a su control. Las crisis de desvalimiento más graves surgen cuando la ayuda que se necesita es muy especializada y difícil de reemplazar.

Hay afecciones físicas y mentales que son crónicas. La depresión, por ejemplo, aparece ser preponderantemente química y genética, y estar—en gran medida—más allá del control de la persona o de su familia. Es posible que la esquizofrenia se origine, al menos en parte, en factores químicos y bien puede tornarse recurrente o crónica sin que los empeños individuales o familiares puedan influir radicalmente. Pittman, experimentado psiquiatra y terapeuta familiar, dice al respecto de la esquizofrenia: «Tal vez el afán de los miembros de la familia por encontrar una cura echándose la culpa a sí mismos, al paciente o entre sí, impida aceptar la naturaleza crónica o recurrente de estas afecciones. En la mayoría de los casos la esquizofrenia puede manejarse y estabilizarse sin invalidez, pero acaso requiera medicación o terapia prolongada. La resistencia de la familia para continuar el tratamiento suele dar por resultado una recaída.»15 Las crisis de desvalimiento más típicas se originan en familias en las cuales la incapacidad física o mental de uno de sus miembros es reciente y aún no ha sido del todo aceptada.

En las crisis de desvalimiento (o crisis de cuidador) hay poco que el consejero pastoral puede hacer, excepto evitar ser adoptado como un nuevo cuidador. No es posible esperar la solución de los problemas o el logro de cambios significativos. Se puede ofrecer tan sólo unos oídos atentos, una respuesta sincera sobre las dificultades y el estímulo a explorar alternativas más justas para manejar mejor el estado de dependencia.

MODELOS DE INTERVENCIÓN
El modelo A-B-C
En 1968, un psiquiatra de Los Ángeles desarrolló el método A-B-C destinado a capacitar personal laico de un centro comunitario para personas en crisis.16 Más tarde, tanto Howard J. Clinebell17como Howard W. Stone,18 por separado, lo adoptaron para el ámbito pastoral. El método consiste en los tres aspectos muy importantes a desarrollar en el proceso de ayuda. El modelo no supone necesariamente una progresión de A a B y de B a C. A menudo dos momentos o los tres se superponen. Por ejemplo, mientras se identifican los sentimientos esenciales (B), se espera lograr una relación de confianza (A).

A. Alcanzar una relación de confianza y comunicación con las personas afectadas. 

Para ello se necesita:
•     Ofrecer atención solícita
•     Escuchar sin juzgar
•     «Ponerse en los zapatos» de los afectados
•     Considerar a las personas y familias en crisis capaces de enfrentarla, y comunicarles esa convicción

B. Bajar hasta los componentes fundamentales de la crisis y su profundidad emotiva.

Esto significa trabajar con las personas en:
•     Identificar y expresar los sentimientos que les dominan
•     Definir el contenido particular de esos sentimientos. Si bien los sentimientos son comunes a todos, el contenido particular de ellos es distinto para cada individuo. Todos experimentamos tristeza, pero Juan se siente triste (sentimiento) porque perdió su empleo (contenido). El contenido aclara los sentimientos, y ambos unidos suministran el significado.
•     Ajustar el foco de atención, de modo que se identifique con claridad el hecho desencadenante, la amenaza que encierra y los recursos con que se cuenta.
•     Lograr una «formulación consensual» de los sucedido. Esto es, expresar en palabras un acuerdo entre el facilitador y la(s) persona(s) asistida(s) sobre lo sucedido. Esto no sólo que reduce la ansiedad y aumenta la autoestima, sino que también facilita que las personas se movilicen hacia el siguiente paso y salgan adelante.

C. Combatir activamente. Esto implica:
•     Establecer objetivos alcanzables. Aquí cabe reconocer lo que se puede cambiar y lo que no se puede cambiar.
•     Hacer un inventario de los recursos tanto internos como externos.
•     Formular las posibles líneas de acción, incluyendo tanto las «buenas» como las «malas», lo que da lugar a enfrentar con decisión el suicidio entre las posibles opciones.
•     Comprometerse a la acción, lo cual no sólo contrarresta la parálisis que implican las crisis, sino que también neutraliza la dependencia. El compromiso a la acción incluye la revisión periódica del proceso y de las acciones acordadas, lo que permite a la consejera o al consejero confrontar con cariño y firmeza la falta de acción o estar atentos a la necesidad de referir a la persona a un personal especializado.

El modelo conductual
Karl A. Slaikeu19 propone cinco componentes de la primera ayuda psicológica, basado en los esquema de solución de problemas individuales. De alguna manera repite los elementos del modelo A-B-C, pero los pone en forma secuencial:

Primero, hacer contacto psicológico, por medio de invitar al afectado a platicar, comunicarle interés y proporcionarle un sentido de control y calma. El objetivo principal es reducir la intensidad de la angustia.
Segundo, examinar las dimensiones del problema por medio de una serie de preguntas sobre el suceso, los recursos y las decisiones inminentes. El objetivo es establecer las necesidades inmediatas (qué va a hacer esta noche, por ejemplo) y las necesidades menos urgentes.

Tercero, examinar las soluciones posibles por medio de explorar lo que se ha hecho y lo que se puede hacer. El objetivo es identificar una o más soluciones a necesidades inmediatas y posteriores. Cuarto, ayudar a tomar una decisión concreta evaluando primero si la mortalidad (peligro de suicidio, por ejemplo) es alta o baja. Si es alta se tomará una actitud directiva, logrando un convenio con la familia o movilizando otros recursos hasta controlar la situación. Si la mortalidad es baja se debe tomar una actitud facilitadora que incluya un convenio para continuar el proceso en un encuentro siguiente.

Quinto, dar seguimiento, es decir establecer un procedimiento que permita revisar el progreso de la intervención. Se especifica, por ejemplo, quién llamará a quién, o quién visitará a quién, como también el lugar y momento del contacto entre la persona que brinda el cuidado pastoral y las personas afectadas. El objetivo es evaluar si se han cumplido o no los propósitos de la ayuda proporcionada. Si no se han cumplido, se regresa a la etapa 2.

El Cuadro 4 proporciona una lista de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, mediante este procedimiento, en los cinco momentos sugeridos.
Cuadro 4

Qué hacer y qué no hacer en la primera ayuda ofrecida 

  Qué hacer  Qué no hacer 
1. Establecer contacto  Escuchar cuidadosamente. 

Explorar sentimientos y hechos. 

Comunicar aceptación. 

Juzgar o tomar partido 

Ignorar hechos y sentimientos 

Contar “su propia historia” 

2. Dimensionar el problema  Formular preguntas específicas 

Pedir a la persona concreción 

Evaluar la mortalidad 

Levantar preguntas de sí/no 

Permitir abstracciones continuas 

Ignorar signos de «peligro» 

3. Posibles soluciones  Estimular la creatividad 

Abordar directamente los obstáculos 

Establecer prioridades 

Permitir la visión reduccionista 

Dejar obstáculos inexplorados 

Tolerar una «mezcla» de necesidades 

4. Acciones concretas  Tomar una medida a la vez 

Establecer objetivos específicos a corto plazo 

Confrontar cuando se requiera 

Ser directivo sólo cuando hay necesidad 

Intentar resolver todo ahora 

Hacer decisiones obligatorias a largo plazo 

Abstenerse de tomar responsabilidad cuando es necesario 

5. Dar seguimiento  Acordar un nuevo contacto 

Evaluar etapas de la intervención 

Evaluar progreso 

Dejar detalles en el aire 

Suponer que la persona continuará con la acción acordada, por su propia cuenta 

Dejar la evaluación a untercero 

El modelo familiar
Los siete pasos que se resumen a continuación han sido propuesto por Frank Pittman,20 desde una óptica interrelacional. Desde esta perspectiva se insiste en trabajar las crisis tomando muy en cuenta la red de relaciones significativas que representa su sistema familiar.

Primero, atender la emergencia. Una emergencia no significa necesariamente una crisis. Sin embargo, el consejero puede mostrar disposición para atender la emergencia, pero no para hacerse cargo enteramente de la situación. Si entramos en el sistema familiar mientras la crisis es fresca estaremos en mejor capacidad de prevenir el daño y de promover los cambios necesarios. Aquí necesitaremos saber si podemos ser directivos, incluso al punto de tomar, en forma temporal, ciertas funciones administrativas de la familia.

Segundo, comprometer a la familia. Las familias, como sistemas vivos, tienen la capacidad de «seleccionar» a uno de sus miembros (generalmente el más sensible y más leal) para sentir por toda la familia o para que sea cambiado sin que la familia sea tocada. Como consejeras y consejeros conscientes tanto de este hecho como de la capacidad que tienen las familias para expresar cuidado y solidaridad con sus miembros, involucraremos a todos en el proceso de ayuda, y en forma especial, a los miembros que tienen el poder para sancionar, entorpecer o facilitar el cambio, y a los que tienen los recursos emocionales y materiales para proporcionar ayuda.

Tercero, definir el problema (tipo de tensión y crisis). Las tensiones, como elementos desencadenantes de una crisis, pueden ser internas o externas a la familia, manifiestas u ocultas, aisladas o habituales, permanentes o temporarias, reales o imaginarias, universales o especificas. Cabe señalar que las tensiones son, en gran parte, específicas a cada sistema familiar. Aunque hay eventos universalmente devastadores, su capacidad de provocar una crisis dependerá de los valores y expectativas de la familia y de la naturaleza de las relaciones entre sus integrantes. En algunas familias la Navidad puede precipitar una crisis, mientras que la cárcel o un embarazo no deseado son sucesos «normales». Si la tensión es externa y manifiesta—como por ejemplo, que la casa es destruida por un incendio—la familia se une, la comunidad presta ayuda y la crisis tiende a resolverse para bien. Si la tensión es oculta y responde a fuerzas intrínsecas en la familia (una infidelidad amorosa21 o una bancarrota) nadie se entera, nadie puede ayudar y la crisis se resuelve generalmente para mal, dejando a la familia con un equilibrio disfuncional y el potencial para nuevas crisis.

Las personas y familias en crisis circunstanciales y de desarrollo pueden ser ayudadas con mayor eficacia. Las crisis estructurales parecen ser las más dificiles y complicadas porque brotan de dinámicas intrínsecas a la familia (aunque quienes sufren aseguren que son causas externas las culpables). Si preguntamos «¿ha sucedido esto antes?» y «¿por qué ahora resulta en una crisis?» podemos descubrir que se trata de una crisis estructural para la cual seguramente se necesite de ayuda profesional.

Cuarto, ofrecer una orientación general. Tan pronto como la crisis se ha definido, deben hacerse esfuerzos para calmar los ánimos y buscar hacer algo sensato como familia. Por ejemplo, se podría asignar una tarea general a toda la familia que les permita unir los esfuerzos para darse apoyo, procesar el dolor, reflexionar sobre la situación y explorar las alternativas posibles. La oración que se encuentra colgando en las paredes de muchos hogares puede ser muy apropiada en este momento: «Señor ayúdanos a cambiar las cosas que sí podemos cambiar, a aceptar las cosas que no podemos cambiar, y a discernir la diferencia.»

Quinto, ofrecer orientaciones específicas. Aquí podemos hacer un resumen de lo que ha sucedido. Esto debe hacerse con un esfuerzo determinado a no culpar a nadie y con la convicción inquebrantable que cada uno quiere hacer lo mejor y lo más sensato, y que es capaz de hacerlo. Podemos también esbozar los cambios que efectuaría la mayoría de la gente sensata ante esta situación. Podríamos, asimismo, asignar tareas. Las orientaciones específicas pueden ser simples y directas: «Pare de beber. Si usted no es un alcohólico eso le será fácil; si usted es alcohólico,Alcohólicos Anónimos le pueden ayudar.» «Termine con esa relación extramatrimonial. Usted puede usar este teléfono. Si tiene mucha vergüenza yo lo puedo hacer por usted.» «No se quite la vida hoy; encontraremos una solución mañana.» «Quédese esta noche en casa, la familia necesita estar junta.»

A los otros miembros de la familia se les puede dar la simple tarea de hablar o no hablar sobre el asunto. Encontrar tareas específicas e independientes para cada miembro de la familia ayuda a que ninguno ponga al otro como pretexto para su incumplimiento. Es importante poner énfasis en la continuación de la familia por encima de las preocupaciones individuales.

Sexto, negociar las resistencias. Las crisis circunstanciales de desvalimiento y las de desarrollo generalmente no ofrecen mucha resistencia; no así las crisis estructurales. Con estas últimas es siempre recomendable considerar referirlos a otro profesional, de preferencia un terapeuta familiar.

Séptimo, terminar. Haya cambio o no, las crisis terminan en unas cuantas semanas. Debemos sin embargo, definir con la familia que nuestro acompañamiento ha terminado, pero que la puerta permanecerá siempre abierta cuando necesiten nuestros servicios.

Este proceso de intervención en crisis a partir de una emergencia se centra en los pasos 3, 5 y 6. Si únicamente utilizamos los pasos 1, 2 y 4, podemos generar sólo una dependencia antes que un cambio. «El éxito de una intervención en crisis depende de una definición clara del problema y de lo que hacen las personas sensatas para resolverlo, seguida de medidas tendientes a posibilitar el cambio sin sacrificar el carácter único de la familia.»22

CONCLUSIÓN
En este capítulo hemos tratado la intervención pastoral en situaciones de crisis de familia como parte del ministerio de acompañamiento y consolación que el pueblo de Dios está llamado a brindar a la comunidad. Nuestra perspectiva salutógena—o sea, enfocando en la salud—y pastoralreconoce a la iglesia toda como potencialmente dispuesta a ministrar de diversas formas a las personas y familias que enfrentan crisis de todo tipo. En la primera parte del ensayo caracterizamos a la situación de crisis como tal y a los principales tipos de crisis familiares (circunstanciales, de desarrollo, estructurales y de desvalimiento). En la segunda parte consideramos modelos de intervención de especial interés para quienes ejercemos en calidad de consejeros, asesores y facilitadores. Hemos destacado así varios aspectos teóricos y prácticos que caracterizan a las intervenciones oportunas, eficaces, y dignas mediadoras de la obra sostenedora y transformadora de la gracia divina.

[1]
[Salto de ajuste de texto]
Forma
1 Lea Ann Hoff, People in Crisis: Understanding and Helping (Redwood City, CA: Addison – Wesley Publishing House, 1989).
2 Las investigaciones modernas sobre la naturaleza de las crisis y sus efectos psicológicos se remontan a la década de los 40 en los Estados Unidos, luego de un incendio masivo en la ciudad de Boston en 1942 en donde perdieron la vida 493 personas. Un equipo dirigido por Eric Lindermann trabajó con los sobrevivientes y redactó un informe publicado luego como «Symptomatology and Management of Acute Grief», American Journal of Psychiatry, 1944, 101, pp. 141–148. Otro teórico importante y pionero en este campo es Gerald Caplan, Principles of Preventive Psychiatry (New York:Basic Books, 1964); An Approach to the Study of Family Mental Health (U.S. Public Health Reports, 71, n° 10) Government Printing Office, Washington, 1956.
3 Adaptado de Karl A. Slaikeu, Intervención en crisis (México: Editorial El Manual Moderno, 1988), p. 27.
4 Adaptado del esquema desarrollado por Gilberto Brenson, Trauma psicosocial (Bogotá: Instituto de psicología Neo-Humanista, 1985; Quito, EIRENE, 1990).
5 Slaikeu, op. cit.
6 Howard W. Stone, Asesoramiento en situaciones de crisis (Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1979).
7 Howard Parad y Libbie Parad, Crisis Intervention, Book 2 (Milwaukee: Family Service America, 1990), p. 8.
8 Frank S. Pitmann, Momentos decisivos: Tratamiento de familias en situaciones de crisis (Buenos Aires: Paidos, 1990).
9 Charles P. Ewing, Crisis Intervention as Psychotherapy (New York: Oxford University Press, 1978), p. 15.
10 Parad y Parad, Crisis Intervention, Book 2) p. 8.
11 Pittman, Momentos decisivos, p. 33.
12 Betty Cárter & Monica McGoldrick, The Changing Family Life Cycle, second edition (Boston: Allyn & Bacon, 1989), pp. 15–17.
13 Wen-Shing Tseng & Jin Hsu, Culture and Family: Problems and Therapy (New York: The Haworth Press, 1991), p. 45
14 Pittman, Momentos decisivos, p. 37.
15 Pittman, Momentos decisivos, p. 41.
16 Warren A. Jones, «The A-B-C Method of Crisis Management» en Mental Hygiene, enero 1968.
17 Howard J. Clinebell, «Cuidado y asesoramiento en crisis», Encuentro y Diálogo (Buenos Aires: ASIT), 1990, N° 3, pp. 81–83.
18 Howard W. Stone, op. cit., pp. 57–81.
19 Intervención en crisis, p. 76–92.
20 Frank S. Pittman, Momentos decisivos, pp.55–67.
21 Ver Frank S. Pittman, «Crisis Familiares Previsibles e Imprevisibles» en Transiciones de la Familia, Celia J. Falicor, Compiladora (Buenos Aires: Amorrortu editores, 1991) pp. 357–380, en donde ilustra, con un caso de infidelidad, los cuatro tipos de crisis.
22 Pittman, «Crisis Familiares Previsibles e Imprevisibles», p. 375.
[1]Schipani, D. S. J., Pablo A. (1997). Psicología y consejo pastoral : Perspectivas hispanas (88). Decatur, Georgia.: Libros Asociación para la Educación Teológica Hispana.
http://bumbablog.com/mundocristiano/intervencion-pastoral-en-situaciones-de-crisis-de-familia-por-jorge-e-maldonado/

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