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AUN EN LAS MEJORES FAMILIAS

Lucas 10:38-42 y Juan 11–12: 11
En mi trabajo con familias de diversas partes del mundo, me he encontrado con muchos tipos de familias. Hay familias nucleares que, en nuestra época y en la parte Nor-Occidental del mundo, las tomamos como la norma. Hay familias extendidas, que todavía juegan un papel muy importante, especialmente en sociedades en proceso de desarrollo. Hay familias creadas por lazos de sangre y hay familias formadas por opción, escogencia o adopción. Hay también familias uni-generacionales y hay familias multi-generacionales; hay familias completas y familias incompletas; hay familias intactas y hay familias reconstruidas.
En las Escrituras hebreas y cristianas encuentro, además de los tipos de familias ya mencionados, una variedad todavía más extensa de tipos de familias: hay familias monogámicas y poligámicas; familias patriarcales y matrifocales; cohabitación sin matrimonio y matrimonios “espirituales”, para nombrar unos pocos. Dios no nos ha revelado un modelo único y universal de lo que significa ser familia, ni siquiera para la familia cristiana. Lo que constituye una familia cristiana no es su estructura externa o la distribución estricta de roles para cada sexo, sino su relación con Jesucristo como Señor y Salvador y la manera cómo los valores del Reino de Dios (de justicia, solidaridad, misericordia, amor, perdón, paz, cuidado de la creación y del prójimo, para nombrar unos cuantos) se vivan en las relaciones diarias de sus miembros y de ellos con sus semejantes.

Los amigos de Jesús
A la familia de Marta, María y Lázaro, en Betania, un pueblo a tres kilómetros de Jerusalén, los estudiosos de hoy la llamarían una “familia uni-generacional”. Está compuesta por tres solteros que Jesús los encuentra muy atractivos, como para llegar a su casa con confianza, cada vez que él necesita un descanso en su ajetreado ministerio.

Este hogar en Betania, al parecer, ocupó un lugar importante en el ministerio de Jesús y sus discípulos ya que en los cuatro evangelios se les menciona (Lc.10:38-42; Mt.26:6-13; Mr.14:3-9). Incluso Juan, que es muy selectivo en sus historias, dedica un capítulo y medio (Jn.11:1-12:11) para relatar acontecimientos singulares ocurridos en esta familia y sus repercusiones entre los judíos. En efecto, ocupa más espacio en el Nuevo Testamento que cualquier otra familia, después de la de Jesús. Me gusta como los evangelistas, en medio de una sociedad patriarcal, en la que las mujeres y los niños no se contaban siquiera, tienen el atrevimiento de nombrar primero a las dos mujeres, y no al varón que supuestamente les debía representar.

Este hogar de tres atractivos solteros, por lo visto, contaba con una casa grande, puesta al servicio de Jesús y del reino de Dios. Allí podían llegar él y sus discípulos para descansar, comer, dormir, conversar. El evangelista Juan dice que Jesús “amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn.11:4) y que la gente lo sabía (Jn.11:36). Este trío de solteros eran sus amigos. Jesús tenía muchos admiradores, y también muchos adversarios; muchos le seguían por el interés de recibir algún beneficio. Pero sus amigos eran pocos, y Marta, María y Lázaro se contaban entre ellos.

Características de sus miembros
Estudiemos una primera historia, la de Lucas (10:38-42), que describe a la familia en acción, a fin observar como estaba organizada esta familia. Mucho se ha predicado y enseñado sobre la piedad de María, en contraposición con el afán de Marta por “las cosas materiales”. Yo quiero enfocar mi atención mas bien en la relación familiar y, luego, al estudiar el relato de Juan 11 y 12 reflexionar en la tragedia que ellos enfrentan como familia y en la forma cómo la presencia transformadora de Jesús afecta a cada miembro y a la familia en su totalidad.

La primera persona que se nombra en esta historia es Marta. “Marta lo recibió (a Jesús) en su casa” (v.38). Ella es nombrada por el evangelista como la jefe de familia, en contraposición a la costumbre de la época. Seguramente es la hermana mayor y, como tal, la responsable por la familia. Marta es la hacendosa, la práctica, la solícita, la activa. Ella se asegura que haya suficiente comida para Jesús y sus discípulos, que haya suficiente agua para que todos se laven, suficientes sábanas limpias y cobijas para sus huéspedes. Si no hubiera sido por Marta, este hogar carecería del atractivo que tenía como un lugar acogedor, agradable para estar, descansar, comer, dormir.

María, en contraste, es la contemplativa, la piadosa, la reflexiva, la intelectual. Su único afán parece ser sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra. Y esto es apreciado y reconocido por Jesús, en un tiempo en que los rabinos se cuidaban de hablar con mujeres por no dañar su reputación. María contribuía así a hacer de este hogar un espacio atractivo para el diálogo. El diálogo con una mujer siempre tiene un matiz, un acercamiento, una aproximación que el diálogo entre los varones, por lo general, carece.

Los modos de ser y actuar de Marta y María pueden ser totalmente complementarios en una familia. Yo me imagino que mientras Marta hacía la lista de las compras, y ponía las ollas sobre la estufa, María llenaba los floreros, leía las Escrituras y oraba. Si esa distribución de roles es consciente y acordada en una familia, generalmente funciona muy bien y el balance familiar se mantiene en forma saludable. El peligro de un malentendido existe cuando esa distribución de roles no es acordada con claridad y las personas se polarizan en sus funciones, es decir se van a los extremos con el objetivo –no consciente– de mantener el balance familiar. Ya que los hijos primogénitos tienden a ser los más propensos a especializarse como los “responsables”, “trabajadores” y “ejemplo de los hermanos” Marta, al parecer, asumió la mayor pate de los quehaceres de la casa a medida que lo hacía mejor que sus hermanos o a medida que sus hermanos no lo hacían.

Sus hermanos, específicamente María –ya que el varón se suponía exento de las tareas domésticas– al percibir que Marta ocupaba todo el espacio de los quehaceres del hogar, desarrolló otras actividades con el mismo y común fin –no siempre consciente– de mantener el balance en la familia. A medida que Marta se afanaba porque todo esté en orden, que haya suficiente comida, que la ropa esté lista para sus hermanos, María percibía una sensación de vacío en la familia: sentía que hacía falta desarrollar el aspecto espiritual y estético. Ella, por lo visto, decidió asumir esa responsabilidad. Como vimos en el capítulo 3 de este libro, las polarizaciones tienden a escalar, es decir a producir conductas exageradas.

Me imagino que cuando María miraba a su hermana afanada limpiando la casa y cuidando de los detalles, decía para sus adentros: “Alguien en esta familia tiene que preocuparse por las cosas del espíritu: leer las Escrituras, orar, reflexionar y meditar” y ella lo hacía por las dos. Marta la veía en oración y pensaba: “Primero la obligación y después la devoción. Alguien tiene que poner el pan sobre la mesa, limpiar las alcobas y cuidar que no se derrumbe esta casa” y, entonces, redoblaba el esfuerzo, trabajaba por ella y por su hermana. María la veía afanada y razonaba: “Dios no nos puede bendecir si sólo nos preocupamos por las cosas materiales, necesitamos dedicarle tiempo a él, necesitamos cultivar nuestra mente y nuestro espíritu y no solo nuestros cuerpos” y dedicaba más tiempo a la lectura, a la contemplación y a la oración. Esta es una de las formas de mantener el balance (la “homeóstasis”, lo llamamos los terapeutas familiares) en una familia, sólo que es una manera muy extenuante.

La tensión, en estos casos, se acumula, como se revela en nuestra historia. Marta lanza un grito de protesta ante el maestro: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que me ayude” (v.40b). Al parecer, los reclamos de ella ya no surten efecto y las dos necesitan el apoyo de una voz externa a la familia, a quien ambas consideren de autoridad. Es interesante notar que Jesús no entra en el juego. Percibe que esta polarización no se va a solucionar con una intervención superficial como una opinión o una orden. Al contrario, afirma y valora la escogencia de María como su derecho, como “la buena parte, la cual no le será quitada” (v.42b). Más tarde, ante una crisis –la muerte prematura de su hermano Lázaro– veremos cómo se rompe esta polarización.

¿Qué hace Lázaro? No se nos da muchos datos de él. Era, sin duda, el menor de la familia y tenía a sus hermanas que le cuidaban. Sin embargo, se transforma en el personaje central en Juan 11 y 12 al ser resucitado por Jesús y convertirse en un testimonio viviente de su poder para que muchos creyeran en Jesús (Jn.11:45; 12:9-11), a tal punto que los principales sacerdotes “acordaron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los Judíos se apartaban y creían en él (en Jesús)” (Jn.12:10-11). Su nombre, Lázaro, que significa “Dios es mi ayuda” se hace evidente en toda la historia. Lázaro es un hombre dispuesto a ser ayudado por Dios y a glorificarlo en la vida o en la muerte.

Mis preguntas
Al observar a los integrantes de esta familia, tres preguntas saltan de inmediato a mi mente. Primera, ¿por qué estos tres simpáticos personajes están solteros en medio de una cultura que esperaba que toda persona en edad de reproducción estuviera casada y procreando? En esa sociedad patriarcal, las mujeres en especial estaban bajo la presión social de casarse y tener hijos. Las mujeres se casaban muy pronto (entre los 12 y 15 años) y no alcanzaban su estatus de dignidad hasta cuando daban a luz un hijo varón. Las mujeres en esta historia no eran pobres, mas bien tenían sus comodidades: una casa grande capaz de alojar a Jesús y sus discípulos; generaban un ingreso regular que les permitía apoyar el ministerio de Jesús, incluyendo el hospedar y alimentar ocasionalmente a más de doce personas, que no era poco gasto; tenían perfumes de alto precio, como el que María derramó en los pies de Jesús, cotizado en “trescientos denarios” (Jn.12:5), el equivalente a un año de trabajo de un jornalero.

Además, estaban socialmente bien relacionados. A la muerte de Lázaro “muchos de los judíos” (Jn. 11:19) –término reservado por Juan para denotar los líderes religiosos y políticos de aquel entonces– vienen a consolar a las hermanas. Personas como ellos, atractivos, con buenos recursos económicos, bien relacionados, ¿por qué no se han casado? Tal vez optaron por la soltería para servir mejor a Jesús y al reino de Dios sin las ataduras que impone la vida familiar. En ningún momento se les pinta frustrados o amargados por estar solteros. Al parecer, han entendido adecuadamente que el celibato es una vocación tan válida como el matrimonio, y que a ninguno de los dos estados se debe entrar por tradición, por curiosidad, por liviandad o por inercia. Estos tres atractivos solteros, se han realizado en su capacidad apoyar el ministerio de Jesús y viven una vida social, espiritual e intelectual atractiva.

La segunda pregunta que me planteo es: ¿dónde están los padres, qué ha pasado con ellos, por qué no se les menciona en ninguno de los muchos pasajes? Me imagino que Marta, María y Lázaro no nacieron de una incubadora.

Mi tercera pregunta es existencial y no pretendo obtener una respuesta ni siquiera aproximada: ¿por qué una familia como ésta, de creyentes dedicados al servicio de Dios y del prójimo, con un potencial para el testimonio entre los dirigentes de la comunidad, y a quienes Jesús ama, les sucede una tragedia –descrita en Juan 11– la muerte del más joven de sus miembros? El misterio de la vida y de la muerte va más allá de toda explicación. Sin embargo, como terapeuta familiar tengo la obligación de preguntarme ¿por qué hay personas y familias más propensas que otras a tragedias, a enfermedades y a la muerte? En mi práctica clínica suelo trabajar los genogramas (una especie de historia familiar gráfica que va dos o tres generaciones atrás buscando los elementos repetitivos y las ataduras familiares heredadas de generación a generación) de las familias que me consultan con algún “¿por qué?” que no alcanzan a manejar.

A lo mejor las tres preguntas apuntan hacia una explicación común. En los evangelios de Mateo y Marcos, en pasajes paralelos a Juan 12:1-8, se menciona a un personaje más en la casa de Betania: a “Simón el leproso” (Mt.26:6-13 y Mr.14:3-9). ¿Quién es este Simón el leproso? ¿Por qué a un leproso se le permite vivir en una casa en contraposición a las regulaciones de la época? ¿No estaban los leprosos proscritos a vivir en cuevas, en las afueras de las ciudades llevando una campana que anunciara el “peligro” al resto de la población? ¿Está Simón en la casa de Marta, María y Lázaro como dice Juan? ¿O está en su propia casa, como dicen los sinópticos? ¿O no hay contradicción entre las versiones de los evangelistas ya que ésta es la casa de todos ellos, porque son parientes?

Lo último parece lo más probable. Simón, al parecer es un pariente de Marta, María y Lázaro, tal vez un tío. Algunos comentarios bíblicos lo identifican como alguno de los muchos leprosos que Jesús sanó, quien al ser curado se convirtió en discípulo de Jesús junto con la familia que le quedaba y puso su casa a disposición del Maestro. Aunque curado de su enfermedad, se quedó, sin embargo, con el apodo de “leproso”.

Una pesada sombra de muerte
Ahora, entonces, se ilumina el cuadro de esta familia, y mis tres preguntas tiene una posible respuesta. Me permito elaborar una hipótesis, o explicación tentativa a ser comprobada. La hipótesis incluye mucha enfermedad y muerte en esta familia: Simón, el único pariente que sobrevive fue leproso; los padres de Marta, María y Lázaro no se mencionan porque no existen ya, han muerto (probablemente también ellos fueron “leprosos”, en aquella época en la que cualquier enfermedad incurable caía con facilidad dentro de esta categoría); Lázaro, el más joven, se enferma y muere.

En mi hipótesis debo incluir, entonces, que la soltería de estos tres hermanos, además de las razones mencionadas anteriormente, puede ser un acto de responsabilidad para evitar procrear hijos propensos a la enfermedad. En mi trabajo pastoral y terapéutico con familias me quedo sorprendido cómo esas sombras pesadas de enfermedad y muerte se pasan de una generación a otra de una forma imperceptible, inconsciente, pero no menos poderosa y efectiva.
Es en este pesado escenario de muerte instalada en una familia cercana a Jesús, la resurrección y la vida, se hacen presentes. Ante un nuevo ataque de la muerte temprana, el poder de la vida tiene que relucir con toda su nitidez y persistencia. Es por eso, que a mi entender, Jesús no acude enseguida al llamado de las hermanas, sino que afirma que esta enfermedad es “para la gloria de Dios” (Jn.11:4). El pasaje de Juan 11:5-16 intercala también el tema del peligro de muerte que Jesús corría al ir a Judea otra vez. Sus discípulos intuyen el ambiente pesado, y cuando se encaminan finalmente a Betania Tomás articula: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (v.16).

El triunfo de la Vida sobre la muerte
Jesús, finalmente, llega a la tumba de Lázaro y frente al dolor de María y de los amigos que le acompañaban “se estremeció en espíritu y se conmovió” (v.33), es decir que está sacudido en las profundidades de su ser. En ningún otro pasaje de las Escrituras encontramos a Jesús tan conmovido, excepto cuando enfrenta su propia muerte. Los evangelios registran sólo dos veces a Jesús llorando, y ésta es una de ellas (v.35).

Jesús está “profundamente conmovido, otra vez” (v.38) frente a este cuadro de muerte y desolación. Pero, la muerte no ha dicho la última palabra en esta familia. La vida ya ha irrumpido con todo su poder, por medio de Cristo, en la historia humana. Las epístolas son explícitas en afirmar: “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Co.15:54) como un cumplimiento de la profecía de Isaías (Is.25:8) sobre los tiempos futuros. Hebreos afirma que la muerte y la resurrección de Cristo son eficaces “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (He.2:14-15). El tema de la victoria de la vida sobre la muerte es central en el Nuevo Testamento y se extiende hasta el Apocalipsis: “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego” (Ap.20:14).

La expresión de Jesús “desatadle y dejadle ir” (Jn.11:44c) tiene mayor sentido en este contexto. Lázaro no estaba atado solamente por la mortaja y las vendas, sino sobre todo por los aparentemente inexorables lazos de la muerte, de una herencia fatídica que ataban su cuerpo, su mente y su espíritu. Estaba atado por las prescripciones familiares que las bebió con la leche materna y que le decían que la muerte instalada en su familia era más poderosa que la vida. Con cuanta sutileza esos lazos atan, oprimen, carcomen y subyugan familias enteras.

En esta intensa interacción entre la Vida y la muerte, no sólo Lázaro va a resultar beneficiado. Algo sucede también con toda la familia. Ante la crisis de su hermano enfermo, no es Marta, la activa, quien toma la iniciativa, esta vez. Son las dos hermanas en conjunto quienes actúan. “Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: he aquí el que amas está enfermo” (Jn.11:3).
El diálogo teológico más denso e intenso de todo el capítulo no se da entre Jesús y María, la piadosa, sino entre Jesús y Marta (Jn.11:20-27). Su conversación gira alrededor de la muerte, de la resurrección, de las últimas cosas, de la eternidad, y termina con una confesión de Marta similar a la de Pedro en Mateo 16:15-17 “Si, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, que ha venido al mundo” (Jn.11:27). Es decir que la “contemplativa” ha tenido también el potencial de actuar, y la “activa” ha tenido también el potencial de reflexionar teológicamente. La polaridad de las dos hermanas, que les mantenía en una rígida especialización de funciones, se ha roto. Ahora las dos pueden actuar y las dos pueden reflexionar. Ahora están libres para ejercer con soltura sus dones, sin quedarse atadas a los estereotipos que les condicionaban.

En casa de sus amigos
La última foto de esta familia, retratada en los tres primeros versículos del capítulo 12 de San Juan, es una foto diferente, aunque mantiene los rasgos particulares de cada uno. Seis días antes de la pascua viene Jesús otra vez a Betania. Son momentos de mucha tensión para él. Los dirigentes religiosos y políticos habían acordado matarle (Jn.11:47-53). De modo que “Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí” (Jn.11:54). Había órdenes de parte de los principales sacerdotes y de los fariseos de denunciar a Jesús para prenderlo (Jn.11:57). Pero el hogar de sus amigos Marta, María y Lázaro es un lugar seguro, confiable. Allí puede llegar otra vez para descansar, recibir cariño y recobrar fuerzas. Qué lindo ministerio de esta familia: el de ser simplemente amigos de Jesús.

El v.12 de Juan 12 dice que “le hicieron una cena”. Algo más ha sucedido en esta familia. Otra señal de que se han roto las polarizaciones. La cena no ha sido preparada sólo por Marta, es fruto de un trabajo plural, conjunto. Y cuando todo está preparado, cada uno tiene la oportunidad de ejercer su don de forma renovada. Marta sirve –ahora sin quejarse–; Lázaro, el resucitado de entre los muertos y desatado de sus ataduras, se sienta a la mesa en representación de su familia (ya que en aquella época, las mujeres no se sentaban a la mesa); y María unge en adoración los pies de Jesús con un costoso perfume que “ha guardado” (Jn.12:7) para el día su sepultura y los enjuga con sus cabellos. Qué experiencia tan refrescante para Jesús, ha sido consentido y mimado. Alimentado de cuerpo y alma está mejor preparado para enfrentar los terribles días que se le aproximan (Jn.12:7).

Un pasaje paralelo en el evangelio de Mateo registra las palabras de Jesús “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mt.26:13).

Autor: Jorge E. Maldonado

El autor es ecuatoriano de origen y pastor ordenado de la Iglesia del Pacto Evangélico. Actualmente reside en los Estados Unidos. Recibió su doctorado del Seminario Teológico Fuller en donde enseña como Profesor Adjunto. Es Presidente del Centro Hispano de Estudios Teológicos y ha escrito varios libros, entre los que se destacan Aun en las Mejores Familias (Grand Rapids: Eerdmans/Desafío), Crisis, Pérdidas y Consolación en la Familia (Grand Rapids: Desafío).

El presente artículo fue enviado por su autor para ser publicado en Teología y cultura. Anteriormente fue publicado como Capítulo 1 en Introducción al Asesoramiento Pastoral de la Familia (Nashville: Abingdon / AETH, 2004).

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