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Violencia

Sobre la salud de la persona maltratada se producen efectos indeseados de todo tipo. Recordemos que, en general, podemos decir que maltrato conyugal es cualquier forma de menoscabo a la integridad física, emocional, sexual, moral o patrimonial, que una persona sufre por parte de su pareja, y que le causa un deterioro más o menos grave, a corto, mediano y largo plazo.

Nadie queda a salvo cuando hay maltrato en el hogar. También los hijos sufren cuando hay violencia en la pareja. Por un lado, la violencia en la pareja también suele ir acompañada de maltrato hacia los niños y hacia los ancianos, es decir, hacia los más vulnerables en la familia. A veces, una mujer maltratada por su esposo descarga su frustración y su impotencia sobre los hijos. Otras veces, el esposo puede castigar emocionalmente a la mujer golpeando a sus hijos o a alguno de ellos. Por otro lado, aunque no haya maltrato físico hacia los hijos por parte de los padres, el ser testigo de violencia es también una forma de abuso emocional que tiene consecuencias de efectos duraderos sobre ellos.

Es así que se producen efectos destructivos a largo plazo en relación al modelo de pareja que los niños y adolescentes van incorporando en su mente. Además de sufrir ellos mismos maltrato emocional al ser testigos de la violencia entre sus padres, o hacia la madre más frecuentemente, es muy probable que ellos «copien», involuntariamente, el modelo para sus futuras relaciones de pareja, ya sea que adopten luego el papel de víctima o de victimario. Así es como la violencia se perpetúa de generación en generación a través del aprendizaje cotidiano en el hogar de origen.

Los niños suelen ser utilizados como medio e instrumento para ejercer control y hacer daño a la madre y necesitan apoyo y ayuda específica para superar los miedos, inseguridades y traumas que les causa la situación. Para acabar con la violencia de género es necesario romper la cadena generacional que supone el que los niños repitan de mayores las conductas y modos que aprendieron de niños en un hogar en el que el padre trata con desprecio y violencia a su mujer. 1

 La nota descriptiva de la OMS citada en los párrafos precedentes expresa al respecto que “los niños que crecen en familias en las que hay violencia pueden sufrir diversos trastornos conductuales y emocionales. Estos trastornos pueden asociarse también a la comisión o el padecimiento de actos de violencia en fases posteriores de su vida”. El siguiente testimonio ilustra los efectos de la violencia doméstica en los niños:

Mi papá era un inmigrante eslavo; era muy joven cuando vino a la Argentina, solo y pobre. Se casó con mi mamá que era de Misiones. El tenía muchos miedos y seguramente se evadía de ellos tomando grandes cantidades de alcohol; pasaron muchos años antes de que pudiera dejar la bebida. Se preocupaba por nosotros, los hijos; no quería que nos pasara nada y por eso nos sobreprotegía. Nos encerraba para que no nos relacionáramos con otros porque tenía una gran desconfianza del entorno, que en realidad no conocía bien. Él decía que los amigos no eran confiables, que los amigos verdaderos sólo estaban en la casa, es decir, en el ámbito de la familia. Es así que nadie entraba a casa y nosotros tampoco íbamos a ningún lado. Nadie sabía lo que vivíamos allí dentro. A mí me trataba bien, pero yo le tenía terror. Tengo todavía nítido el recuerdo de esconderme muchas veces detrás de un mueble grande y viejo que había en el comedor de la casa. Nunca sabía cuándo llegaría bien o cuándo llegaría mal a casa. Así que, cuando lo oía llegar, yo corría detrás del mueble. Casi no respiraba para que no notara mi presencia. Él les pegaba mucho a tres de mis hermanos y a mi mamá también. No la dejaba relacionarse con su familia, la aisló de todos. Ella nunca lo contradecía ni reclamaba nada, quizás por miedo a desencadenar con más fuerza su furia. Yo trataba de cubrir a mi hermana para que no le pegara, porque eso me hacía sufrir mucho. Y mi mamá no la defendía porque si no le pegaba a ella también. Mi mamá era muy sumisa. Se aguantaba todo y no le decía nada, supongo que para que no fuera peor el castigo. La palabra que describe todo eso era «terror», no miedo simplemente, sino terror. Me doy cuenta que cuando me casé yo también impuse ese rigor en mi casa. No les pegué a mis hijos, pero todos actuaban por miedo a mis arranques de ira. Me doy cuenta que para no ser como mi mamá, sumisa y castigada, me volví agresiva e intolerante. Pero esto no fue bueno para mi matrimonio y tampoco para mis hijos. ¿Podré cambiar? ¿Estoy a tiempo todavía? (Francisca, 48 años).

 También los niños padecen consecuencias en lo inmediato, a causa del estrés al que están expuestos: enfermedades crónicas que no tienen una causa lógica, trastornos del sueño, cualquier detención o perturbación en el desarrollo de las pautas evolutivas normales, dificultades de aprendizaje, trastornos de conducta, agresividad hacia los compañeros y hermanos, maltrato hacia las mascotas, irritabilidad, retracción social, soledad, tristeza, depresión, ansiedad, desconfianza del medio, desilusión con respecto a Dios, etc. A veces la violencia en el hogar puede ser detectada por los médicos o los docentes o los docentes, seculares y religiosos, que atienden a los niños y como profesionales perciben «disfuncionalidades» en el desarrollo de un chico. Si el médico o el docente conoce la problemática de la violencia familiar, es más factible que detecte sus síntomas y que entonces pueda iniciar acciones útiles de ayuda a esta familia de la cual el niño es el emergente.

1 Alianza evangélica española. Guía de acción pastoral contra la violencia de género, p. 27.

* Fragmento de Rompamos el silencio, Cap. 2: Causas de la violencia en la pareja, pp 64, 69-72.

Autora: María Elena Mamarian.  Licenciada en Psicología, egresada de la Universidad de Buenos Aires.
Coordinadora del Centro Familiar de la Asociación Civil Eirene Argentina. Escritora de numerosos artículos y autora de tres libros publicados por Ediciones Kairos. Vive con su familia en Buenos Aires, Argentina.

 

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