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DESCUBRIENDO NUESTROS OPUESTOS EN LA RELACION CONYUGAL

Los especialistas en relaciones de pareja saben bien que aquellas cualidades identificadas por los miembros de la pareja como el elemento que les resultó más atractivo de su compañero suelen ser las mismas que más tarde se convierten en motivo de conflicto. De este modo, las cualidades originalmente «atractivas» son reetiquetadas más adelante hasta terminar transformándose en los aspectos más problemáticos y negativos de la personalidad y de la conducta de la pareja.

El hombre que se sintió atraído por la cordialidad, empatía y sociabilidad de su esposa, por ejemplo, puede calificarla más tarde como vulgar, entrometida y frívola y la mujer que valoraba inicialmente la formalidad, prudencia y seguridad que le ofrecía su marido puede censurarlo luego como insulso, aburrido y opresivo. ¡Así pues, los rasgos más fascinantes y maravillosos de la pareja terminan convirtiéndose en las cosas más horribles y espantosas! La cualidad sigue siendo la misma, pero -más pronto o más tarde- termina adoptando un calificativo completamente opuesto.

Lo que nos resulta más seductor de nuestra pareja suele ser precisamente lo más ambivalente. Es por ello que acostumbro a comenzar las entrevistas con las parejas que acuden a mi consulta del mismo modo que hice con los Bretts, sentados uno junto al otro y frente a mí: «Díganme -pregunto a la joven pareja- ¿qué fue lo primero que les atrajo al uno del otro?» Mi mirada se deslizó de la atenta Laura al rostro le vemente circunspecto de su marido, Tom. «¿Qué creen que les hizo especiales a los ojos de su compañero?»

Aunque estas preguntas me resultaran sumamente conocidas no dejaron de despertar, sin embargo, la sorpresa habitual en mis interlocutores. Laura inspiró profundamente y, tomando un mechón de su largo pelo castaño, se lo recogió por detrás de los hombros. Tom parecía como si estuviera a punto de saltar de su asiento pero, en lugar de ello, se arrellanó en el lujoso sofá marrón. Luego se miraron y esboza ron una sonrisa hasta que Laura terminó ruborizándose y ambos rompieron a reír. Lo cierto es que los Bretts se consideraban como personas muy diferentes y, en muchos sentidos, opuestas.

Casi al finalizar nuestra primera entrevista les hice la siguiente pregunta: «¿Cómo creen que describiría su relación alguien que les conociera a ambos, un amigo o un miembro de la familia, por ejemplo?» «Improbable» -respondió inmediatamente Tom, sonriendo. «¿Improbable? ¿Por qué razón? -insistí-. ¡Oh! -replicó, encogiéndose de hombros- Tan improbable como la relación que existe entre la prensa y la iglesia, entre un cínico y una creyente… yo soy muy racional y reservado mientras que Laura es exactamente todo lo contrario».

Tom vacilaba y dirigió su mirada hacia Laura, quien parecía asentir con la cabeza con una expresión entre apesadumbrada y divertida. «Tú eres tranquilo y pasivo -reconoció ella- mientras que yo, para bien o para mal, siempre estoy moviéndome de un lado a otro». Luego se volvió hacia mí y agregó: «Lo mire como lo mire somos dos personas completamente opuestas… ».

Los Bretts -como tantas otras parejas que parecen haber establecido su relación sobre los opuestos- se hallaban frente al más frecuente de los problemas maritales: diferenciar entre los pensamientos, sentimientos, deseos, etcétera, que pertenecen a uno y aquellos otros que conciernen a la pareja, un problema que se deriva de la forma en que trazamos nuestras fronteras personales. De hecho, en la confusión entre lo que tiene que ver con uno y lo que tiene que ver con el otro radica el origen de la mayor parte de los problemas que aquejan a las relaciones de pareja. Hay muchas parejas que parecen compuestas por personas francamente opuestas pero su diferencia no es mayor que la existente entre los títeres de un teatro de marionetas: ante los ojos del espectador cada uno de ellos desempeña un papel muy diferente pero entre bambalinas los hilos que las mueven se entremezclan y confunden.

Lo mismo sucedía en nuestro caso ya que bajo el umbral de la conciencia vigílica las emociones de los Bretts se hallaban caóticamente entremezcladas y cada uno de ellos encarnaba y expresaba ante el otro los aspectos enajenados de su propio ser. Es como si hubieran tomado todo el amplio rango de sentimientos y respuestas que forman parte del repertorio vital de una persona -deseos, actitudes, emociones, conductas, formas de relación, etcétera – y se los hubieran repartido.

Este acuerdo, que suele tener lugar a nivel inconsciente, no resulta, por ello, menos operativo. Laura, por ejemplo, había asumido el papel de optimista y Tom el de pesimista, ella era la creyente y él el escéptico, ella anhelaba la apertura emocional y él quería permanecer encerrado en sí mismo, ella era la que se aproximaba a él y él quien ponía distancia entre los dos, quien huía de la intimidad. Era como si entre los dos constituyeran un solo organismo adaptado e integrado en el que Laura se, encargaba de inspirar mientras que Tom, por el contrario, se ocupaba de exhalar.

Aunque Laura manifestaba externamente su deseo de intimidad, sinceridad, integridad y unión, no debemos olvidar, no obstante, que en otro nivel habían firmado una especie de pacto secreto. Así, cuando Laura se aproximaba a Tom su autonomía se reactivaba y éste se veía compelido -de un modo casi reflejo- a imponer nuevamente la distancia entre los dos. De este modo Laura dependía de Tom para conservar su imprescindible territorio vital.

Porque Laura también precisaba cierta autonomía. Todo el mundo necesita disponer de un territorio personal en el que pueda sentirse como un individuo con derecho propio, un individuo que tiene sus propios deseos y sus propios objetivos personales. Sin embargo Laura creía que la satisfacción de las necesidades personales constituye un peligroso error en el que una persona adulta no debería jamás incurrir. Para ella el rol de la mujeren una relación era el de permanecer próxima a su marido y esa visión, por consiguiente, le impedía reconocer sus propias necesidades individuales. Laura sólo tomaba conciencia de las necesidades de su Yo -de su Yo separado e independiente- tal como las sentía y las expresaba su pareja.

De la misma manera, Tom no se daba cuenta de que su deseo natural de mantener una relación más estrecha y sincera se originaba en su interior sino que consideraba que se trataba de una necesidad que provenía originalmente de Laura. Desde su propio punto de vista Tom era autosuficiente, es decir, no necesitaba absolutamente nada de nadie.

Pero al igual que Laura dependía de Tom para escapar de las redes en las que ella misma se había quedado atrapada, Tom, por su parte, dependía de Laura cuando necesitaba o quería intimidad. Así, en lugar de expresar directamente cualquier necesidad o deseo de intimidad (o incluso de ser consciente y asumir la responsabilidad de tales deseos y sentimientos) Tom había terminado disociándolos de su conciencia. ¡Esos sentimientos y deseos eran muy arriesgados y le hacían sentir demasiado vulnerable! De este modo, cuando necesitaba una mayor proximidad debía sentir que ese deseo provenía de su esposa, tenía que estar seguro -sin el menor reconocimiento consciente de su parte- de que era Laura la que deseaba intimidad. Una forma de lograrlo consistía, por más extraño que pueda parecer, en insinuarle que estaba pensando en Karen. Entonces Laura le perseguía ansiosamente hasta que Tom podía alcanzar la intimidad que deseaba.

Lo que sucedía con esta pareja es algo muy común en los matrimonios. Entre ellos se había abierto un abismo, el conflicto entre satisfacer sus necesidades individuales y satisfacer las necesidades de la relación. En lugar de admitir que ambos deseaban una mayor intimidad y que ambos querían alcanzar sus propios objetivos individuales -en vez de reconocer que el conflicto entre la autonomía y la intimidad te- nía lugar en el interior de cada uno de ellos- los Bretts habían firmado una especie de acuerdo inconsciente. Los términos de ese contrato inconsciente parecían establecer que Laura jamás tomaría conciencia de su necesidad de un espacio personal y que Tom nunca reconocería su necesidad de abrirse emocionalmente y de mantener una relación próxima y sincera. Ella se ocuparía, por así decirlo, de la necesidad de intimidad de la pareja (las necesidades de la relación) mientras que Tom se encargaría de la necesidad de autonomía de ambos (la necesidad de toda persona de conseguir sus propios objetivos). Es por ello que Laura siempre parecía querer un poco más de intimidad y que Tom, por el contrario, parecía encargarse de mantener la distancia entre los dos.

Como resultado de todo ello, un dilema realmente interno -algo que sólo existe dentro del mundo subjetivo de cada persona- terminó convirtiéndose en un conflicto interpersonal -un problema que se manifestaba de manera reiterada en su relación. La transformación de un conflicto intrapsíquico (es decir, un problema que ocurre dentro de la mente de un individuo) en un problema interpersonal (es decir, un problema entre dos personas) tiene lugar mediante el mecanismo de la identificación proyectiva. La identificación proyectiva constituye un mecanismo mental muy difundido, complejo y destructivo que consiste en proyectar aquellos aspectos negados y enajenados de la propia experiencia interna sobre la pareja y percibir luego esos sentimientos disociados como si procedieran de ella. ¡No se trata tan sólo de que los pensamientos y sentimientos indeseables parecen provenir de la pareja sino de que ésta es instigada (mediante todo tipo de provocaciones) a comportarse como si realmente su origen estuviera en ella!

De este modo, la persona puede entonces identificarse vicariamente con la manifestación de los pensamientos, sentimientos y emociones repudiados expresados por la pareja. Las personas que nunca se enfadan y que jamás se muestran agresivas nos proporcionan uno de los mejores y más claros ejemplos de la forma en que opera la identificación proyectiva. Tales personas sólo son conscientes del sentimiento de cólera cuando éste aparece en otra persona, su pareja por ejemplo. De este modo, cuando algo afecta a este individuo hasta el punto de hacerle experimentar el enojo se desconecta conscientemente de esa emoción. Quizás no sepa que está enojado pero es un experto en provocar las explosiones de hostilidad y cólera de su esposa. La pareja, que probablemente no experimentaba ningún tipo de cólera antes de la interacción, se enfurece rápidamente y termina representando la cólera por algún motivo completamente nimio. Es como si, en cierto modo, ella le «protegiera» de aquellos aspectos de su ser que él no puede aceptar y reconocer como propios.

Quien nunca se enfada puede identificarse así con la expresión de la rabia que manifiesta su pareja sin asumir su propia responsabilidad personal (¡Aún en el caso de que fuera consciente de haber sido el primero en enojarse!) Y normalmente, tras esa explosión de cólera el sujeto suele censurar severamente a su esposa. ¡Cuando se dispara una proyección de este tipo el individuo que nunca se enoja suele horrorizarse ante la expresión de la ira y la conducta airada, impulsiva e incontrolada de su esposa!

De modo parecido, la persona que nunca está triste sólo puede ver su depresión en su pareja quien, en tal circunstancia, es considerada como la causante de la tristeza y desesperación de los dos.

Hablando en términos generales, las proyecciones suelen ser intercambios -transacciones pactadas por ambos miembros de la pareja, por así decirlo- de aquellos aspectos reprimidos de su propio Yo. A partir de ese momento cada uno ve en la pareja lo que no puede percibir en sí mismo y lucha incesantemente por cambiarlo.

Apenas supe de la existencia de l amor comencé a buscarte sin saber de mi ceguera. Los amantes jamás se encontrarán porque moran eternamente uno en el otro. (RuMI)

Quizás los dragones que amenazan nuestra vida no sean sino princesas anhelantes que sólo aguardan un indicio de nuestra apostura y valentía. Quizás en lo más hondo lo que más terrible nos parece sólo ansía nuestro amor. (Rainer Maria Rilke)

AutorMaggie Scarf, autora de Intimate Patners: Patners in Love and Marriage y Unfinished Bussines: Pressure Points in the Lives of Women.

 

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